¡Felices fiestas!
Comienzan las fiestas.
¿Os inspira esta época? ¿Qué os parece un relato de temática navideña?
Esta vez, os doy la ilustración del momento más importante del relato:
¿Os gusta la imagen?
¡Pues ya sabéis! Para estas fiestas, el relato debe girar en torno a este arbolito.
Y como esta es una época de generosidad, aumentamos la extensión a 500 palabras.
Y de reintegro, un consejo: no os perdáis en detalles secundarios; centraros en aquellos que enriquezcan vuestra historia y ésta gustará más a vuestros lectores.
Como siempre, podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
Se acercaba la Navidad y el pobre y bueno de José, no tenía, como cada año, nada para que su familia comiera algo especial en ese día como lo hacía la mayoría de la gente. Vivía con su mujer y sus cuatro hijos en una pequeña casa situada, en una no menos, pequeña aldea cerca de las montañas.
José trabajaba en un aserradero que le pagaba lo justo para vivir muy humildemente y poder pagar los escasos gastos que su sencilla casa generaba, no podían hacer jamás ningún extra por diminuto que fuera y aun así, era capaz de dejar de comer si algún vecino en peores circunstancias que él lo necesitaba. La generosidad, la solidaridad y su bondad, eran algunas de sus mejores características, de las muchas que tenía.
Otro día que tendría que salir al bosque a cazar furtivamente alguna pieza, pero una digna de esas fechas. Por su trabajo siempre en el monte, sabía bien donde buscar, no obstante se lo había recorrido miles de veces.
Hoy el tiempo no acompañaba nada, la noche anterior una nevada cubrió todo el suelo del bosque y una niebla se agarraba a los pelados árboles que quedaban en pie.
José se adentró por la zona donde sabia podían encontrarse algunos animales de tamaño medio, como alguna cría de corzo, un jabato o un chivo montes.
De pronto notó como si alguien le tirara del brazo y le hiciera cambiar de rumbo, pero estaba solo, volvió a rectificar la ruta y otra vez la misma sensación intentando llevarle por otro camino, así varias veces hasta que José, no comprendiendo que pasaba, se dejó llevar por la percepción y no opuso resistencia, sin saber cómo, sus piernas le dirigían al este. Se levantó una ventisca que le daba en la cara y no podía ver más allá de a dos metros, pero a lo lejos una claridad le llamó la atención, se fue acercando poco a poco y al llegar, se tuvo que restregar varias veces los ojos porque no podía dar crédito a lo que tenía frente a él. Entre los árboles de grandes y altos troncos, y de ramas desnudas, un pequeño, pero precioso árbol, cubierto de hojas color doradas, nacía de la blanca nieve. Bajito y redondito entre sus hojas aparecían como flores o frutas maduras, piedras preciosas de varios tamaños, rubíes, zafiros, diamantes, esmeraldas, etc.
No sabía que hacer, pensó que estaba soñando, pero en ese momento, como si fuera una flor mecida por el viento, un zafiro le dio en la cara, era como una señal que le decía:
—No es un sueño José, es realidad, llévatelas, son tuyas.
No quiso darle más vueltas y llenó su zurrón con todas. De vuelta a casa y después de haber cogido un par liebres, que fue lo único que encontró, decidió que lo compartiría con sus vecinos, que al igual que él, no poseían nada.
¡José siempre tan caritativo! Ya nunca faltarían buenos manjares en sus próximas navidades.
Muy bonito, Mª José. Me ha gustado mucho.
Precioso María José. Me ha encantado.
Gracias Marina.
Muy bonito Mª José. Gracias.
Gracias
Un arbolito pequeño y redondo con bolitas rojas, rosas, doradas, sobre un fondo de nieve cuajada, me recordó la navidad. La navidad de mi infancia. Cuando mis padres vivían y éramos un núcleo familiar potente. Cinco miembros. ¡Qué melancolía! Apenas recuerdo sus caras sí no fuera por los retratos que conservo en mí mesilla de noche. Ya pasaron más de treinta años. El arbolito y sus bolitas doradas, mi color favorito. Y yo siempre castigado. Siempre en Navidad. Era muy vago. Muy vago y muy listo. Quería vivir de rentas y a veces me pasaban factura. No fallaba. Siempre me quedaban cinco o seis en la primera evaluación, la de las fiestas. Sin embargo, mis hermanas, muy aplicadas ellas, volvían a casa con matrículas de honor. ¡Qué contraste! Eso las convertía en las reinas de la casa. Mandaban en todo. El mando de la televisión, por ejemplo, y así me castigaban sin fútbol. Las tardes eran muy aburridas. Me superaban las películas de princesas con final feliz. Mi padre, un militar autoritario y machista, valoraba por encima de todo, las calificaciones. Y mi madre, no se metía. Era de las de por una de paz un Ave María. El caso es que pasaba los días castigado en mi cuarto, estudiando poemas del Romancero Gitano, Abenamar, Machado… Me tocaría recitarlos en la cena de Nochebuena, la comida de Navidad o en cualquier momento que vinieran visitas. Recuerdo mi mirada cabizbaja, mi tez sonrosada y mi semblante en pie, metiendo tripa y recitando con aspavientos: “Era un niño que soñaba un caballo de cartón. Abrió los ojos el niño y al caballito no vio…” No sé qué pensaría Machado. A mí me avergonzaba recitar con los gallos típicos de la edad. Los invitados aplaudían. Y querían más. Mi padre complaciente insistía, venga Luisito El romancero gitano. No sabía dónde meterme. Como evitar exponer mi cara granulada. Mis hermanas sonrientes, disfrutando de la escena. Y mi madre orgullosa esperando con deleite. No había elección. De nuevo en pie con el pecho hacia fuera y la espalda recta, “¡Abenámar, abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había!” Me sentía el bufón. Sabía que no podía fallar a la atenta mirada de mi padre. Vivía en tensión. En el arbolito de navidad había regalos para todos y para mí no. Había suspendido y sólo me trajeron el Quimicefa una especie de laboratorio para que practicara químicas. Mis hermanas gritaban de alegría, muñecas, juegos de mesa, chocolatinas, caramelos… ¡De todo! Cabizbajo y en pijama siempre era el primero en irse a dormir. Ahora arrastro ese trauma y celebro la navidad con mi mujer y mis hijos disimulando. Sí que les pongo todo lo que piden debajo del arbolito. Es un arbolito sencillo. De pocas bolas. Y sonrío viéndolas disfrutar con los villancicos y los bailes mientras los copos de nieve cuajan en el jardín. Mis hermanas saben menos poemas que yo, pero son muy listas y generosas. El día de navidad nos reunimos con todos los niños y les contamos cuentos preciosos de Dickens para que estas fiestas siempre sean bolas doradas, rojas y rosas.
Muy bueno, Natalia. Buen truco eso de las bolas para redondear el cuento. ¡Bravo!
Me ha gustado también, mucho tu cuento.
Este comentario era para Natalia.
Natalia me ha encantado tu cuento. Las navidades de la infancia, las actuaciones de los niños cuando llegaban las visitas me han recordado esos días. Melancolía, nostalgia.
Me ha encantado. Has logrado transportarme al salón con las visitas. Muy bueno.
Un cuento muy tierno y navideño. Felicidades Ma. José.
Gracias. Estoy deseando leer el tuyo.
Buenos días, amigas.
Feliz año.
Como siempre con mi despiste, no me había percatado de que había una nueva propuesta de cuento.
Habéis puesto las dos el listón muy alto. María José con su cuento clásico y Natalia con un cuento más actual.
Estoy pensando en hacer algo distinto, relacionado con la “otra cara de la Navidad”. Tengo una idea que voy a tratar de desarrollar ahora mismo.
Gracias chicos. Y feliz 21.
En el país de Pancho nunca hacía frío, allí las navidades se celebraban en playas de aguas turquesas y palmeras arqueadas. El niño vivía en una casucha de los arrabales con sus cinco hermanos y su madre que pasaba el día lavando la ropa de los barrios altos. En estas fechas el niño se disfrazaba de Papa Noel y recorría las calles polvorientas y bulliciosas de la ciudad tocando la campana y pasando un vaso de latón a los viandantes. El día era muy largo y el traje rojo de botas negras y barbas impostadas le provocaba un calor terrible.
Su abuela había muerto hacía un par de años y en navidad siempre les contaba la leyenda del árbol del Paraíso. El manzano de nuestros primeros padres se encontraba en la profunda selva y durante la Noche Buena se obraba un milagro, caía la nieve sobre él convirtiendo las manzanas en esferas doradas y en dulces color esmeralda. Pancho soñaba con encontrarlo, soñaba con la nieve, con el frío, con los deliciosos dulces. Iría a buscarlo, daría una gran sorpresa a su familia y así podría quitarse para siempre el traje de Papá Noel. Buscaría el árbol, seguro que estaba en las cascadas del Paraíso ¿Por qué nadie lo había encontrado?
Aquel día fue extremadamente caluroso. Pancho sudaba copiosamente, se sentía desfallecer. Se sentó en la acera, todo le daba vueltas, los ruidos de la ciudad comenzaron a ser algo ajeno y distante. Tuvo la sensación de salir de su cuerpo y se vio así mismo desde arriba flotando por encima de los tejados. La ciudad formaba un arco en forma de media luna enmarcado por una extensa playa que se abría a un mar en calma, el otro arco lo acotaba la selva que se perdía en un macizo montañoso. Desde esa distancia podía ver la bruma que formaban las cascadas. Con la velocidad del pensamiento fue hasta allí a beber en sus frescas aguas, su garganta seca se humedeció y su cuerpo se llenó de vigor. Sus pasos le guiaban, sus manos separaban las ramas y todos estos movimientos involuntarios le conducían hacia el árbol. El sol se ocultó, siguió caminando sin necesidad de ver, pronto sería Noche Buena, la selva se interrumpió en un pequeño claro iluminado por las estrellas, en el centro un árbol ¿Sería el manzano? Corrió hasta allí despojándose de las barbas blancas y el gorro rojo. Lo abrazo, alcanzo una manzana, la mordió ¡Qué dulce! ¿Sería ya la media noche? Comenzó a nevar, el claro se cubrió de un manto blanco. La selva quedó en silencio. El niño que nunca había visto la nieve se asombró de su mansedumbre. El árbol comenzó a transformarse, refulgía, las manzanas eran ahora hermosas bolas de cristal dorado, un halo de luz bajaba desde una estrella por la que caían unas hojas doradas que al tocar el árbol formaban piedras preciosas. Oyó la voz de su abuela, sintió que tocaba su frente y en ese instante despertó sobre la acera. Se incorporó sin saber que había sucedido, recogió del suelo el vaso de latón y luego el saco de Papá Noel que sintió muy pesado. Desató el nudo y con asombro vio manzanas, dulces, rubíes y zafiros del tamaño de un puño.
Precioso, Pilar. Un cuento verdaderamente mágico, y a la vez original, para estas fiestas.
Buenísimo Pilar. Precioso. Me han encantado las descripciones. ¡Bravo!
Precioso.
Muy bonito Pilar. Fantasía pura.
¡Precioso Pilar!
—————————– CUENTO DE NAVIDAD 2020. EL INDIGENTE ———————————-
El vagabundo empujaba su carrito en el que llevaba todas sus pertenencias. Encorvado, se dirigía hacia los soportales de la Plaza Mayor bajo los que solía dormir. Empezaba a nevar y había que darse prisa para situarse cerca de los respiraderos del metro que conocía tan bien y donde podía sentir menos frío. Cuando llegó el lugar estaba lleno. Intentó meterse entre los indigentes que ya habían encontrado sitio, pero no cabía un alma y los que ya estaban posicionados echaron al hombre a patadas.
Volvió a coger su carrito de la compra y se dirigió hacia Sol. “No hay nada que no cure una buena botella de vino”, se dijo. Él todo lo arreglaba con unos cuantos tragos. Estaba convencido de que todo el mundo estaba mal de la cabeza y que él era el único cuerdo, porque encontraba en las basuras comida en abundancia que estaba perfecta. En su carricoche llevaba de todo. Trozos de dulces, pollo asado y varias botellas de vino. Sólo tenía que sentarse un ratito con su perrita Blanquita y ponerla a hacer monerías en la Plazuela de San Ginés, para que le echaran en la gorra unas cuantas monedas. No necesitaba más para comprar todos los días un par de botellas de buen vino. De la Mancha, ése era el que a él le gustaba. No entendía a la gente que todos los días pasaba junto a él apresurada, con la cara ensombrecida, el gesto adusto y preocupado. Unos llevando grandes carteras, otros utensilios de todo tipo, señoras cargadas con grandes bolsas. Todos corre que te corre de aquí para allá. No tenía sentido. Qué gasto de energía. Él, sin embargo, era feliz. Hacía lo que le daba la gana, es decir, nada. Se reía de los negritos que extendían sus sábanas para colocar sus mercancías y que salían corriendo cargando con su fardo cuando se aproximaba la pareja de “munipas”. A él le daban mucha pena. Tanto luchar para querer ser algún día como todos aquellos que van corriendo de un lado a otro. Con estos pensamientos le entraba la risa fácil y la gente se apartaba de su camino mirando hacia otro lado. Así, llegó a Sol y se dijo que lo mejor para animarse era echarse un buen trago de vino al coleto. No se había percatado hasta ese momento que nevaba copiosamente. Rebuscó en el carro y sacó una manta, un gran plástico y una banqueta. Se colocó junto a la estatua de la Mariblanca para desde allí admirar el gran árbol de Navidad que estaba colocado en la Plaza. Le encantaba ponerse allí y ver las luces. Se arrebujó en la manta, dando grandes tragos de vino. Intentaba contar todas las lucecitas que tenía el árbol y su imaginación voló recordando la Navidad cuando era pequeño. Su madre siempre ponía un arbolito redondito y dorado que parecía de caramelo, con grandes bolas rojas, azules, amarillas y campanillas que colgaban de él. La imagen de su madre de joven, se le acercó tanto que dándole un beso le dijo: “Vamos cariño, vente conmigo, que ya es la hora”. Y cogiéndole de las dos manos, se sintió transportado entre los copos de nieve. Todo: el árbol, la plaza y las luces se fueron haciendo pequeñitas, hasta que desaparecieron.
Muy bueno, Raimundo. Efectivamente, nada que ver con los anteriores, pero te ha salido redondo.
Rai me ha emocionado tu relato. Muestra una realidad que mucha gente no quiere ver. Gracias.
Qué alegre y triste a la vez. muy bonito
La realidad siempre es descarnada, la has representado estupendamente. El final enternecedor. Gracias Rai.
Me encanta Raimundo. Duro y real como la vida misma. ¡Bravo!
¿Y si no escribo sobre Navidad?…
¿Y si estuviéramos conectados con una fuente superior e ilimitada de abundancia y amor?
¿Y si fuera posible que sólo con creer en ella se abriera esa conexión?
¿Y si el amor y el agradecimiento fueran el abono de la abundancia?
¿Y si diera igual la nieve que existiera alrededor y todo lo bueno que necesitaras residiera ya dentro de ti?
¿Y si el amor y la abundancia fueran capaces de generar más amor y más abundancia sólo por el hecho de imaginarlos aquí y ahora?
¿Y si yo también encontrara ese camino, esa manera, ese amor?
¿Y si escuchara un poco más lo que sale de dentro que lo que viene de fuera?
¿Y si no fuera necesario tener más que lo que ya tienes ahora?
Sería hermoso
A eso se le llama salir por peteneras XD
Muy bueno.
Jajajaja, no sabía qué me ibas a decir pero me encanta, tienes toda la razón. Gracias
Me ha sorprendido muchísimo. Algo diferente, pero bueno. Enhorabuena.