El suspenso: por qué nos “bebemos” un libro

19/11/2021 0 Por Trucos de Pluma

 

El tiempo había ido dejado de ser el presente, que es como el punto medio del fiel de la balanza, para ser un futuro incierto y exigente, un inconsistente qué haré o qué pasará que desactiva por completo el qué hago, qué estoy haciendo. La zozobra de no saber lo que iba a suceder generaba un miedo cegador que me impedía concentrarme en lo que estaba sucediendo.

A. Martín: Sociedad negra (2013)

 

De entre las tres técnicas de tensión narrativa principales, el suspenso es la que más engancha al lector.

Tal como describe Liang, el protagonista de esta novela de Andreu Martín, este efecto emocional consiste en crear en el lector una incertidumbre sobre lo que va a pasar; sobre cómo acabará la historia o cómo se resolverá uno de los conflictos que en ella se plantean.

El suspenso es lo que, como lectores, nos hace «beber» la narración; lo que nos provoca ansia por seguir leyendo y nos impide dejar el libro hasta conocer la resolución del conflicto, o el propio desenlace. Porque, si no sabemos cómo acaba ―si el personaje supera o no el problema y en qué circunstancias queda―, no nos relajamos; no nos quedamos a gusto.

Por supuesto, esta incertidumbre parte del argumento: si no hay conflicto o éste no supone una gran amenaza para la integridad del personaje, el lector no teme por él; y si no teme por él, no se angustia con su historia. Sin embargo, gran parte del efecto radica en la propia narración: en cuán grave parece ese conflicto, en cuán improbable se siente el éxito del personaje; y, sobre todo, en cuán angustiosa es la situación para él. Si la narración no transmite la sensación de peligro ―real o no en la acción argumental― o si no se transmite la incertidumbre y el miedo del personaje, el relato no tendrá suspenso.

El problema del suspenso son sus efectos secundarios; y uno de ellos es que el lector está tan embebido en el argumento y tan pendiente de saciar su ansia argumental, que muchas veces no disfruta la narración en sí misma; no presta atención a cómo está escrita la historia, no se deleita en tal o cual detalle o frase, expresados quizá con gran delicadeza, maestría o arte. Y, cuando esto ocurre, el lector se pierde la mitad del placer estético del relato.

Pero todo problema tiene solución: existe la llamada «paradoja del suspenso», según la cual, cuando se lee la misma narración por segunda vez, el lector no llega a sentir el mismo grado de suspenso. Como lectores por divertimento, esta paradoja es un inconveniente. Sin embargo, como lectores por placer, es una ventaja, pues, una vez calmada nuestra ansia argumental, podemos disfrutar de la narración y fijarnos en aspectos como, precisamente, la forma expresiva. Ahora ya sí somos capaces de pararnos a observar cómo ha sido narrada la historia: los detalles, las técnicas narrativas, el lenguaje…Y es ahora cuando por fin disfrutamos tanto de la historia como de la narración; cuando el relato cobra verdadero cuerpo y el placer de la lectura se multiplica a sí mismo; cuando nos damos cuenta ―de verdad― del arte de ese cuento o novela.

Por eso, esta reflexión de Liang ―aunque aplicada a su situación narrativa― es una perla literaria, porque en ella se resumen los elementos fundamentales del suspenso: la incertidumbre ―«la zozobra de no saber lo que iba a suceder»― provocada por unas expectativas en las que el éxito del personaje parece improbable ―son de un «futuro incierto y exigente»― y la expresión emocional del propio personaje ante esta situación ―su «miedo cegador»―; pero, sobre todo, por la profunda consideración de cómo este efecto emocional se sobrepone al efecto estético ―«me impedía concentrarme en lo que estaba sucediendo»― y dificulta al lector disfrutar del relato como obra de arte literario. Esta última es, sin duda, la mejor y más acertada alusión de esta perla, pues nos avisa de que, más allá del argumento, como lectores debemos disfrutar la narración.