El reto de… noviembre
El mes pasado no pudimos continuar con nuestro reto del mes, pero en noviembre no faltaremos a nuestra cita mensual.
Para ello, esta vez cambiamos de inspiración. ¿Qué os parece esta imagen?
Es muy acorde a esta época del año, ¿no? Los días cortos, los árboles amarilleando… Una personificación del otoño en toda regla.
Nuestro reto de noviembre consiste en escribir un relato de 300 palabras en el que nuestro personaje de la ilustración sea el protagonista.
Pero no olvidéis describirlo: recordad que vuestros lectores no verán esta ilustración y tendréis que pintar a vuestro protagonista con palabras.
¿Os atrevéis?
Podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
Las hojas de los árboles sirven para vestirme. Son muchas entrelazadas. Y me cubren el cuerpo entero. Por bastón, una rama vieja de sauce, me acompaña en mis paseos. La luz rosa anaranjada del cielo muestra el crepúsculo. Tras un absurdo cambio de horario, el declive, la decadencia. Hasta las oscuras colinas muestran tristeza, melancolía. Como los árboles se despojan de sus hojas, así he de despojarme yo de mis apegos. De mis mochilas. De mi vestimenta. Es tiempo de otoño. Y mientras paseo con mi bastón, recuerdos, retales de antaño. Detalles dulces y también salados. Y pienso en la vejez. En mí vejez. Esta conjunción de colores, de un rosa anaranjado que reposa en el negro oscuro de las colinas y las hojas. Hojas ocres que el viento sube hacia un naranja tardío o mece en un suelo seco y oscuro. Y sigo impertérrito mi camino. Mi misión de hojas caducas.
Inundado de deudas, desahuciado de penas. Una lucha interna. Un caminar liviano. Sin cargas ajenas. Es momento de pensar en mí. En mí decrepitud otoñal. Mí decadencia. La montaña impostada. Colmada de recuerdos que forjan arrugas en mis hojas secas. Hojas que no me pertenecen. Es un préstamo que me hace la vida. Valorar lo que de verdad importa. Un abrazo, una caricia, un te quiero, una sonrisa a tiempo… ¡Tantas cosas! Insignificantes, vanas. Sí, fallos, muchos fallos. También son ochenta y cinco otoños. Y aunque la soledad me acompaña, soy afortunado. Muy afortunado. Juego a las cartas con mis coetáneos del barrio en El Centro del Jubilado. Allí el café es barato. Y las tardes se hacen cortas. Juan es más torpe que yo y más arrugado. Siempre gano al Cinquillo. A él y a todos. Y Juana no está nada mal. En los bailes del viernes la busco. Y ella parpadea.
Natalia Mendaro
Una prosa poética preciosa. ¡Bravo, Natalia!
Natalia tu relato me ha conmovido. Muchas gracias por ofrecernos tu otoño.
Me encanta Natalia. Coincido con Marina. Es precioso.
Natalia me encanta, precioso, eres una artista. Gracias por dejarnos leer esos sentimientos
Sonata para Dannan
El nudoso bastón sostenía su ya maltrecho cuerpo. Los siglos no habían pasado en vano, y cada hueso, cada articulación, día a día demandaban más su atención. Las oscuras montañas la aguardaban al final de la travesía. Como cada año debía escalarlas, conquistarlas.
“Estoy vieja para esto”, era su letanía constante. Atrás quedaba el calor de las noches estrelladas, el sabor salado del primer amor de verano… Sus antaño frescas hojas, habían dejado paso a un dorado y ocre follaje, que en su marchito devenir, dejaban mudos testigos a su espalda. No merecía la pena volver al pasado, debía continuar su camino y transformar su saga de cálida luz, en manto de helada escarcha.
“Sólo una vez más…”, y giró su rostro para ser testigo del rastro de sus huellas. Una sonrisa iluminó su cara, al recordar que volvería a andarlas, que el ciclo continuaría, y que aquello sólo era una etapa más del camino.
“Hay que seguir”, y fijando su mirada en el horizonte, en la oscuridad, y en el frío que la aguardaban dirigió sus pasos decididos hacia las cimas que le esperaban más adelante. El helado viento del norte la envolvió, saludándola como cada año.
“Amigo, no eres mal compañero de viaje”, y aferrando con más fuerza el nudoso bastón que la acompañaba desde los albores del mundo, se dispuso a coronar las nevadas cumbres, soñando con las verdes y lozanas praderas escondidas más allá del lóbrego horizonte.
Estupenda metáfora del paso de las estaciones. ¡Precioso!
Ana es precioso el relato, me ha gustado muchísimo ¡Enhorabuena!
¡Qué bonito, Ana!
Vestido está el hombre con las hojas del otoño, doradas y rojizas. Camina hacia el ocaso. Entra en la última escena con paso firme, seguro, acelerado. Su bastón, en la mano derecha, tan solo es un adorno de peregrino decidido, de caminante con destino sabido. Las hojas van cayendo, anunciando la desnudez de las ramas, la desnudez del alma de los hombres.
Traspasará los bosques dejando un rastro de hojas muertas que el viento arremolinará en los caminos de la vida. Subirá las brumosas montañas, se enfrentará al invierno, al viento, a la lluvia, al frío y la silenciosa nieve. En ese ocaso de púrpuras y oros admirará el último rayo del sol de su existencia. Allí, volverá la cabeza como la mujer de Lot o el desgraciado Orfeo y como estatua de sal o bajada al tenebroso Hades, contemplará la belleza de los caducos árboles, olerá el humus de la tierra mojada, el arrullo dormido de los pájaros, la mansedumbre del viento entre sus ramas. Se desprenderá finalmente de sus hojas, de su disfraz de hombre de sueño y pesadilla. El surco dejado por la vida caerá sobre él como una losa.
Aún la luz no se ha agotado. Recordará las risas y los llantos, las palabras amables y las duras, las caricias y las ásperas manos, el corazón alegre y el marchito, la llama del saber y la oscura ignorancia. Se mirará las manos vacías porque al final no hay nada. O tal vez solo quede la Belleza, la sensación de Ser y dejar de Ser al mismo tiempo, comprendiendo la razón del vivir, del morir y del eterno renacimiento.
Qué filosófico, Pilar. Me encanta.
Adoro la reflexión que haces. Me ha hecho pensar. Me gusta mucho.
Pilar, me ha encantado. Precioso y conmovedor. Gracias.
Pilar, me dejáis sin palabras, precioso
Otoño
Ahora vestido mi cuerpo de doradas hojas, siento su cálido abrazo como ese arrullo que mece al niño que soy, la ilusión y las ganas de vivir son el camino que me lleva hacia las altas montañas que se alzan delante de mí, oscuras y distantes, aunque se erigen elevadas desde lejos las observo ansiando llegar a lo más alto, su cumbre, y desde allí gritar. Escuchar el eco de mi voz, de lo vivido, de lo soñado, lo imaginado, lo sufrido.
Mi cansado cuerpo sigue adelante, mi fiel bastón repleto de nudos, ocre y estilizado amigo me acompaña en mí caminar, es mi confidente. Las dudas, los miedos ahora se disipan, quedan atrapados dentro de mí, en ese lugar profundo, de donde ya no pueden escapar. Un cielo sin estrellas es ahora el manto que cubre mi destino, llegar a lo más alto de las negras montañas, a la cima del ocaso.
Me pregunto si cuando llegue a la cumbre mis hojas me acompañaran, un ligero viento me azota y las siento despegarse, ligeras, libres, las contemplo volar a mí alrededor como frágiles mariposas, elegantes, danzando en un baile infinito. Las veo alejarse de mí, caer y amontonarse como mis recuerdos se pierden en la lejanía del camino andado, irremediablemente el tiempo pasa. El niño que vive en mí tiene ahora frío, la calidez del arrullo se va disipando en el camino.
El rojizo cielo cubre mi destino como un atardecer en otoño, camino lentamente, mi bastón me sustenta y la vida me lleva hacia las oscuras montañas que se tiñen de rojiza noche. El invierno está llegando.
Precioso, Amparo.
¡Muy bonito! Gracias.
Un relato enternecedor. Gracias Amparo.
Pero bueno, esto es total , que me quedo sin palabras
Todos son muy bonitos. Me encantan
Precioso. Me ha gustado mucho. Me encanta el reflejo que dejas entrever de la niñez presente todavía en el ocaso de la vida. Muy bonito.
El otoño transita, prospera imparable con todo su esplendor. Con firmes y decididas zancadas, avanza paso a paso como un gigante con su abrigo de doradas y achocolatadas hojas que le cubren todo el cuerpo de la cabeza a los pies. Se apoya en un bastón rudo y nudoso, preconizando la llegada de los fríos que desnudará a los árboles y plantas en su ciclo vital.
En su progreso va dejando un rastro de hojas que, volanderas se van quedando un tiempo suspendidas las unas o arrastradas por el viento que genera las otras, dejando como huellas y despojos montañas de cadáveres que fueron follaje en otra vida. Cada una de ellas, adormecida y agotada, se desprende y cae con un recuerdo que se pierde y se olvida. Pero no lo hace en vano, pues acaba pudriéndose y sirve de alimento a la madre Tierra. En el horizonte las montañas peladas y oscuras anuncian ya atardeceres tempranos y cielos carmesí. Inflexible y determinado sigue caminando sin perder su ritmo. Alcanzará su meta cuando pierda todas sus hojas y muestre la misma desnudez que su cayado, varita mágica que todo lo cambia para entrar en un sueño invernal. En su marcha, el coloso de hojas yermas irá rememorando lo que fue en otros tiempos, como si hubiera existido en muchas vidas, hasta que de una manera lenta e inexorable no recuerde nada más y caiga en un sopor en el que todo se relega y se detiene. Ha llegado a su destino final, ya no le quedan más hojas, pues toditas las perdió. Ya no le restan más fuerzas. Se detiene exactamente cuando cae la última hoja, mostrando su desnudez de delgados, enjutos y retorcidos miembros y allí se queda tieso, aferrado a su garrote, azotado por los gélidos e invernales vientos, pero él ya no siente nada. Ha dejado de existir.
¡Bravo, Raimundo! Eso sí que es una personificación fiel al concepto. ¡Muy bien!
Muy conseguido, Rai. Enhorabuena. Ha dejado de existir porque llega el invierno. Precioso.
Un otoño canónico, estupendamente descrito. Gracias, Rai.
Raimundo, precioso, es que no se que decir sois la caña
Que puedo decir Rai, me ha encantado. El concepto de “achocolatadas” te lo pido prestado, como la frase “varita mágica que todo lo cambia para entrar en un sueño invernal”. Precioso.
ETERNO
A lo largo del tiempo, los artistas siempre han escrito, pintado y compuesto espléndidas metáforas, bellas imágenes, sublimes melodías en mi honor. Siempre tan hermosas, tengo que reconocerlo, como tristes, melancólicas, desesperanzadas. Siempre. No recuerdo el nombre de esos autores que esculpieron esas representaciones en el corazón humano. No es un fallo de memoria. ¡En absoluto! Es que no me resultan simpáticos y les pago con la indiferencia. Nunca les interesó mi opinión al respecto y aquí me encuentro ahora frente a una de esas figuras pictóricas recreada por alguno de ellos. En fin, puedo permitirme perder algo de tiempo en analizarla. ¡Veamos! Esa imagen, cubierta por completo de hojas amarillentas, que camina con lentitud hacia unas atemorizantes montañas oscuras y bajo un cielo tan rojo que también asusta… ¿Quién es? ¡Claro! ¡Como no! Un anciano. ¡Evidente! Un anciano que marcha apoyado en un bastón mientras que del cansado cuerpo, anticipando su ocaso, van desprendiéndose una tras otra el millar de hojas que lo abrigan.¡Todo un clásico! ¡Que aburrimiento!¡Que elementales y manidas imágenes. Sus creadores no recuerdan el alborozo de los bosques abonados con las hojas que les regalo; el gozo de tantos cosechadores que, al amparo de mi brisa, recogen los frutos de su esfuerzo; el color inquietante de las nubes, mias también, velando la noche en el cielo y el repicar de la lluvia con la que sacio la sed de rios, lagos y desiertos o la luz tibia del sol tras dedoblegar mis manos el fulgor de sus rayos… Olvidan que puedo ser humilde, silencioso, sereno pero fuertea la vez porque, como el aire, siempre me renuevo. Olvidan que no soy viejo. Olvidan que soy eterno.
Me ha encantado el punto de vista. ¡Completamente inesperado! Muy buen planteamiento, Manuela.
Manuela ¡Qué brillante! Has escrito con la voz del otoño. Me ha maravillado. Enhorabuena.
Manuela ¡qué bueno! muy original.
Toma ya!!! ¿ Y ahora que hago yo después de todo esto? ¡Vaya Liston!. Sois increíbles. Gracias por poder leerlo.
Me encanta Manuela el giro que has dado al relato. Muy original. Felicidades.
Hola compis. Ese giro me salió porque lo demás que intenté me salía copia de los vuestros. Y eso no está bien
Me han entado todos vuestro relatos. 🙂
Perdón, ENCANTADO
¿Cuantas hojas han caído en el otoño?,¿cuantas lágrimas se han derramado?. Se preguntaba mientras caminaba hacía no se sabía donde, aquel hombre que iba recibiéndolas y que cada una de ellas, le pesaba en su cuerpo cada vez más.
Encontró un pequeño rayo que cogió, y en forma de cayado le ayudó a llevar aquella pesada carga.
Él no se detenía, cada vez eran más hojas, cada vez más lagrimas, cubrían ya todo su cuerpo. Encontraría el camino, aunque antes de llegar tendría que escalar grandes montañas. No se rendiría. Necesitaba buscar consuelo para aquellas lágrimas y depositar aquellas hojas en suelo fértil para que dieran nueva vida.
Continuo, sin mirar atrás, cada vez más agotado, pero también más confiado por ver el horizonte que le esperaba, ¿ cuando terminaría de escalar su presente ?. Este presente que le hacía tan duro el camino
Sin perder la esperanza, reforzó su ánimo y aunque cada vez su cuerpo soportaba más lagrimas y más hojas muertas, su corazón le alentaba a seguir. En algún momento encontraría el horizonte que le liberaría de aquel peso.
Las montañas se le hicieron duras muy duras, mucha soledad, mucho sacrificio, mucho dolor, mucha desesperanza, ¿ merecería la pena?. Con todo este pensamiento y sin casi darse cuenta lo consiguió. Llego a la cima, casi arrastrándose, su cuerpo sin fuerzas no le respondía, todo su energía se quedo en el camino.
Levanto la vista y lo vio, vio la vida de antes. En esos momentos, las hojas fueron cayendo dejando libre su cuerpo, se hundieron bajo sus pies y empezaron a florecer. Las lágrimas se agruparon en una gran nube que subió hacía el cielo y de nuevo allí estaba: ¡su vida de antes!
¡Bravo, Mª Carmen! Me encanta la comparación entre hojas y lágrimas. Estupenda representación para la metáfora de la vida como paso de las estaciones del año.
Me ha encantando. ¡Buenísimo!
Muy original Mª Carmen. Gracias.
Muy bonito, Ma. Carmen. Me ha gustado mucho.
El cielo color anaranjado del atardecer perfilaba a lo lejos la silueta de las montañas casi negras, áridas, sin vegetación, sombrías, yermas. Hacía ellas caminaba un sujeto vestido de hojas caídas de los árboles, parecía un traje a medida, le cubría desde el pelo hasta los pies e incluso las manos. De su mano derecha, sólo un cayado hecho de alguna rama de uno de los árboles, rompía la figura extraordinaria del individuo.
En el aire se remolinaban a su alrededor algunas hojas secas, siguiendo su camino, acompañándole en su trayecto. Su figura un poco encorvada, daba el aspecto de un ser cansado, en el tramo final de su existencia.
Ya faltaba poco para llegar a la estéril y baldía cordillera. Él con paso lento, pero seguro, continuó su viaje, sabía su inmediato y cruel destino, no se le veía la cara, que seguramente sería triste y llena de arrugas.
Cuando al cabo de unos días llegó a su destino, se acurrucó en la cima, se hizo un ovillo y se durmió en un sueño profundo y pesado, pero pasado tres meses de duros días de un frío gélido, vientos casi huracanados y más de una nevada cubriendo la tierra, se despertó como un chaval joven, lleno de vida, con ganas de comerse el mundo y empezó a bajar de las montañas admirando el paisaje a su paso, árboles llenos de hojas verdes, flores preciosas de muchos colores, pájaros trinando, la naturaleza en plena ebullición. Llegó el calor insoportable y durante tres meses él se fue deteriorando a pasos agigantados, pasaron los días, hasta que llegó otra vez la temporada de desnudarse los árboles, sin darse cuenta las hojas empezaron a pegarse a su cuerpo confeccionando su conocido traje para emprender nuevamente el viaje y completar el ciclo otra vez.
Preciosa metáfora del año, Mª josé. Me encanta.
Gracias
Ma. José estupendo relato. Gracias
Un relato maravillo. Me ha encantado.
Gracias, a mí el tuyo también.
Ahora que los he leído, todos, ya que no quería hacerlo antes de escribir para que no me influyera en mi relato, me han gustado todos. ¡Enhorabuena, compañeros!