El reto de… mayo
Llega el buen tiempo y cada vez hay más ganas de salir a la calle, al parque… y -¿por qué no?- de viajar.
Y como a veces salen bien y a veces se tuercen, y como cuando uno va a lugares desconocidos puede vivir y experimentar muchas cosas, ¿qué os parece si para nuestro reto del mes planteamos un relato de aventuras de 400 palabras?
Este mes la suerte nos ha dejado estas tres palabras: prisionero, naufragio e ídolo. Recordad que las tres tienen que aparecer en vuestros relatos.
¿Os lanzáis a esta aventura literaria?
Podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
Se sentía prisionera de su trabajo, ahogándose en un naufragio del que no conseguía escapar. Necesitaba alejarse. Se iría a la casa de campo, superaría su miedo a las noches aislada en aquella casa solitaria.
Había el tráfico perfecto para hacer amena la conducción. A la hora de viaje notó que en ese baile coreografiado un coche permanecía constante. Era un BMW Serie 1 gris, recién sacado del concesionario. Inés forzó que le adelantara para poder fijarse. Un solo ocupante, moreno, pelo corto, aproximadamente de su edad, no consiguió verle la cara, sus ojos en el espejo retrovisor la miraban sonrientes. Entonces él aminoró la marcha y ella, manteniendo la velocidad, le adelantó. Era guapo, ligeramente más joven que ella. La sonrió al pasar.
Se sintió halagada pero alerta. Miró la batería del móvil 87% de carga, suficiente para cualquier emergencia. Lo más sensato sería deshacerse de él, demasiado loco suelto por ahí.
De nuevo cambió la velocidad para que él adelantara, una vez detrás se salió en una vía de servicio sin permitir al BMW tiempo para reaccionar. Esperó unos quince minutos y reanudó la marcha.
Al rato vio por el espejo retrovisor tres coches que se acercaban velozmente. Qué imprudentes, pensó. El primero la rebasó pero algo llamó su atención, frenó y se posicionó delante de ella. A su lado, el segundo coche se quedó custodiándola y el tercero, colocado detrás, la acosaba amenazadoramente. Joder, estos sí que están perturbados y no el del BMW. ¿Qué querrían de ella, atemorizarla, provocarle un accidente, violarla? Su pulso se aceleró, su estómago se cerró y las manos comenzaron a sudarle. Calma, se dijo, veamos qué pasa.
De pronto apareció el BMW gris. Se puso detrás del que estaba a la izquierda de Inés y empezó a darle toquecitos por detrás. El conductor se puso frenético, aminoró para encargarse del incordio. Ella al ver hueco aprovechó para adelantar y aceleró a fondo. Los tres coches se quedaron con el BMW. Inés aliviada y agradecida se preocupó por su salvador. El potencial friki se acababa de convertir en su ídolo. Al llegar a su salida dejó la nacional.
Era de noche cuando llegó a la casa, nadie alrededor, solo el sonido de la naturaleza viva. De madrugada, escuchó acercarse un coche. Qué raro, pensó. Se asomó al ventanal del salón y vio un BMW Serie 1 gris. El conductor la miraba sonriente.
Muy buen relato, Merche. Aunque sea más un thriller que de aventuras XD
jeje, la cabra tira al monte. Gracias, Marina.
Muy bueno Mercedes. Me ha sabido a poco. ¡Qué ganas tenía de volver a leeros!
Muchísimas gracias, Ana.
Mario lo había decidido, esa misma noche se acercaría al templo del idolatrado Plutus, Dios de la riqueza, una estatua de oro con varias gemas azules y la robaría. Hacía tiempo que había conseguido los planos de un arquitecto muy borracho que salió de una taberna y se dirigió a un lupanar. Encontró trabajo de sirviente en dicho templo y estudió minuciosamente la forma de escapar con la escultura. Había pasado un tiempo y llegó el momento.
Mario estaba agazapado entre unas cortinas esperando que la guardia romana se alejara y en cuanto lo hicieron se acercó a la figura. Estaba alzando las manos para cogerla y sintió un fuerte golpe en la cabeza perdiendo el conocimiento. Al recupéralo, medio soñoliento y sin moverse, comprobó que estaba con grilletes y tirado en el suelo de una galera. Un romano le dio una patada en el costado y le dijo:
̶ ¡Eh tú, despierta! ¡Vamos, encima de ladrón, vago! ¡Toma un remo y rema! Ya queda menos para llegar a la cárcel de la isla de Isquia y que te pudras en ella, las mazmorras del castillo serán tu tumba.
Mario se desperezó y cogió el remo que tenía al lado, remó al igual que muchos otros prisioneros que tenía junto a él. Un viraje inesperado de la galera para evitar una roca, que no consiguió, hizo que se rompiera el casco y naufragara. Casi todos murieron ahogados, muy pocos sabían nadar, Mario tuvo la suerte de haber aprendido de pequeño y logró salvarse, se agarró a un trozo de madera, nadó hasta la orilla de la isla donde varios muertos habían sido arrastrados por la marea, entre ellos algunos de los soldados. Con calma, encontró al que le había dado la patada, le cogió las llaves, se quitó los grilletes y se cambió la ropa por la de él. Cuando por fin llegó al castillo, narró lo que había sucedido, suplantando la identidad del romano y para sorpresa de Mario, por él que se había cambiado era de la guardia pretoriana y muy considerado, así que le recibieron con todos los honores y le dieron la opción de quedarse en el castillo, viviendo a cuerpo de rey, o volver a Roma a la guardia. No se lo pensó dos veces, en Roma le reconocerían enseguida y ahí podría tener casi todas las riquezas que el ídolo Plutus le había negado.
Muy bueno, Mª José. Muy original eso del ladronzuelo romano.
Muy bueno María José. Me gusta mucho el desenlace del relato.
Muy chulo, me ha gustado mucho.
Me sentí prisionero en un barco pirata. Un barco lleno de ron. Botellas de ron. La vida pirata, la mejor. En seguida enumeré los sujetos. Eran siete y conmigo ocho. Me llamó la atención uno en concreto. Tenía una pata de palo y una especie de parche negro en un ojo. De pronto el cielo oscureció y una tormenta rompió a llorar como un niño. La tempestad ladeaba el barco a babor. El ensordecedor ruido de la navegación durante la tormenta nos obligaba a permanecer en silencio. A mí no me costaba. Suelo ser muy introvertido. Pero los piratas y sus pedos de ron resultaban imposibles. Jadeaban sonidos extraños, sin sentido. En segundos mi cuerpo y el de Pata de Palo se rozaron. De ahí intercalamos unas palabras. Conectamos muy bien. Me resultaba un ser peculiar y muy divertido. Cuando se reía, dejaba ver sin complejos, su sonrisa desdentada. Quise hacerle partícipe de mi vida y milagros. Suele ocurrir cuando me pongo nervioso. No paro de hablar. El me miraba atónito. Casi sin entender los problemas en tierra. Imaginé que el solo entendía de barcos y mares. Este era el Atlántico. Un mar gélido de olas saladas. El tiempo lejos de ser soporífero, se potenciaba divertido y ameno. En altamar, no faltaban barajas de cartas chapurreadas con ron. Y así pasábamos la travesía. Más inconscientes que conscientes. El del timón se distrajo. Una distracción fatal. Y encallamos. Caímos a sotavento por la acción del viento. La corriente consiguió abatir el motor. Sucedió un naufragio. En segundos salpimentados con miedo, rozando el pánico, observé como la nave se hundía a estribor. Mi nobel y fiel amigo Pata de P, así me dirijo a él con cariño, agarró con fuerza mi brazo y el flotador y me invitó a las gélidas y gigantes olas musicales del Atlántico. Me dejé llevar. No me quedaba otra. Pata de P, muy hábil en seguida me transportó a tierra. Mi ídolo. Nos sentamos en la orilla satisfechos. Me propuso un plan de adaptación a la diminuta isla de tres palmeras y un cocotero. No sé bien como lo hizo, pero giró su pata y la levantó. Cayó un inesperado coco. Se recolocó y con una piedra golpeó hasta sacar un líquido dulce llenó de energía. Mientras llegaban sus colegas permanecíamos entretenidos. Me confesó que jamás abandona una botella de ron. Y, ante mi asombro, la mostró. Aluciné. Contaba con más habilidades físicas que yo. Y eso que no tengo prótesis ni gaitas.
¡Jajajaj! El final es estupendo.
Muy bueno, Natalia. Me alegra que te hayas animado de nuevo 🙂
¡Buenísimo Natalia! Me ha gustado mucho. Te ha sentado maravillosamente bien la desconexión.