El reto de… marzo
Este mes comienza la primavera. Calorcito y sol, pajaritos y flores… Un placer después del invierno que llevamos.
Pero… ¿qué os parece si le damos la vuelta a estos tradicionales tópicos primaverales y en nuestro reto del mes los convertimos en un relato de terror de 300 palabras?
Y para ello, ¿qué mejor que plantear a esta adorable enredadera como protagonista o antagonista del relato?
¿Os atrevéis?
Podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
La gallinita ciega.
“¡Estoy tan hambrienta!”
El sol primaveral de abril calentaba a todos en el jardín. Las rosas apenas habían abierto sus capullos, las margaritas se desperezaban buscando un rayo de luz, y la enredadera se curvaba cual serpiente buscando volver a la vida.
Las jóvenes reían, cuchicheaban, disfrutaban bajo la sombra del limonero, compartiendo secretos, sueños…, todas menos una, callada, solitaria…
“Acércate…, ven…”
¿Qué hacía allí? Se sentía una impostora, una intrusa. Quería irse, huir, pero…, sus nuevas amigas le habían preparado una sorpresa, ¿cuál sería?
“El olor de tu sangre está devorándome las entrañas.”
¡Jugarían a la gallinita ciega y ella sería la primera! Entre carcajadas la vendaron los ojos y giró, y giró…, demasiadas veces. No sentía el suelo firme, todo daba vueltas a su alrededor. La sacudió el miedo, un miedo inmenso a caer delante de ellas. Respiró hondo, el aire primaveral inundó sus fosas nasales, ¡era parte de algo, era feliz!
“¡Ahora!”
Un empujón, y otro más, hasta que cayó. ¿Qué sucedía? Todo eran gritos, aullidos, carcajadas.
—¡Basta! —gritó a la vez que se desprendía del pañuelo.
Fue delicado al principio, una brillante hoja la acarició el tobillo. La rama la siguió, abrazando la pierna de la chica. El verde abrazo la oprimía. Violento. Fuerte. Comenzó a subir. Primero su rodilla. Luego su muslo. La hacía daño. La lastimaba. Su vientre. Su inocente pecho. Su delicado cuello. La estrangulaba. La ahogaba. La envolvía. Demasiado. Y tiró…
La arrastró por el césped, y sus aterrados ojos la admiraron: Inmensa, poderosa y hambrienta.
—¡Ayuda! —aulló desesperada, buscando las miradas que la observaban con deleite.
“No te resistas. No luches contra mí.”
Una insidiosa letanía la arropaba, mientras que su cuerpo desaparecía entre la espesura de la hermosa enredadera, de aquel maravilloso jardín, en aquella cálida tarde de primavera.
Muy bueno, Ana. Estupendo juego de puntos de vista 🙂
Ana ¡Fantástico! Gracias.
Ana un relato estupendo. Me ha gustado mucho, enhorabuena.
Muy bueno.
Bullying vegetal!
Me ha encantado Ana!
Ana, me ha gustado mucho. ¡Muy bueno el relato!
Me encanta Ana, Genial
La Mansión
Tras atravesar la oxidada e imponente verja, se abría un largo camino de polvorienta tierra que era escoltado por unos enormes cipreses otorgándole al recorrido una mortal solemnidad, al final se alzaba aquella mansión victoriana, la leyenda la precedía. Ahora formaba parte de las propiedades de su familia, no entendía por qué su padre se había empeñado en adquirirla. Frente a él aquella maldita enredadera. ¿Cómo deshacerse de ella? Crecía y crecía. Tan alta. Hasta la ventana. Cubría toda la pared. Espesa. Robusta. Enroscada. Tenebrosa. Como un nido de gusanos devorando la carne fresca. Peligrosa. Un bosque de espinos encantados. Sus ramas comenzaban a moverse lentamente, arrastrándose como serpientes, sus afiladas espinas como cuchillos entrechocaban siseantes, parecía escucharse los susurros de las voces que acallaba dentro de su temible espesura. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Esa vieja casa, casi derruida, antaño llena de vida. Ahora triste, oscura, lúgubre como un agujero negro que engullía todo a su alrededor. Se acercó lentamente, frente a esta red vegetal no pudo resistirse a tocarla, rozando con suavidad sus espinas. Un punzante dolor le atravesó el dedo recorriéndole el brazo hasta llegar al corazón, la sangre brotaba de su índice sin control, un hilo de roja sangre caía sobre la tierra seca formando un charco, sintió el golpe en la cabeza al caer redondo frente a la sangrienta enredadera que poco a poco absorbía su sangre, envolviendo su cuerpo con las asfixiantes lianas, atravesando su carne con los cuchillos afilados y estrangulando sus entrañas sacándole todo su jugo, dejándolo seco. Abrió los ojos, era parte de ella, a su lado otros susurraban, ahora él formaba parte de esas voces, las voces susurrantes de la vieja mansión.
¡Bravísimo, Amparo! Completamente visual y muy bien avanzado.
Me encanta la atmósfera que has creado. ¡Bravo Amparo!
Me ha transmitido miedo real. Muy bueno. Gracias.
Todos los elementos para crear terror. Muy bueno Amparo.
¡Qué miedo! Maravilloso
Muy bueno Amparo. Menuda herencia más envenenada!!
¡Qué miedo!
Los dos me han gustado mucho. Dejan abierta una puerta para que nuestras mentes continúen elucubrando con más acciones de la plantita.
Muy bueno Amparo,
SIN MÁS LA NATURALEZA
Tan solo era un pequeñísimo tallo, cuando alguien me dejo allí abandonada, al lado de aquella casa tan grande, silenciosa y sola
Yo, una planta sin hojas todavía ¿porque me habían dejado allí?, seguramente moriría pronto
Pero no, no fue así, empezaron a salirme hojas y poco a poco alcance aquella casa con mis ramas.
Una mañana, apareció aquel ser, ni si quiera se le podía llamar persona. Era grande, musculoso, con un gran ojo en el centro de su frente, una barba espesa y sucia, algo parecido a un abrigo tapaba su cuerpo y nunca se lo quitaba. Se refugio en la casa
Mientras, yo seguía creciendo y lo observaba. Veía como todas las mañanas salía con el paso ligero, pero a su regreso el paso era lento y pesado. Cuando pude llegar a trepar hasta una de las ventanas, lo vi, vi lo que hacía, aquellos pobres animales; ovejas, patos, cerdos, conejos y hasta alguna vaca e incluso algún caballo, no podía creer lo que veían mis hojas, ¿por qué? Entonces le oí, oí como aquel hombre se quería vengar de todos aquellos animales por como se había portado con el la naturaleza.
Los ataba sus patas y los colgaba boca abajo hasta que morían.
Yo no podía consentir que continuara haciendo eso a los pobres animales, pensé y pensé, hasta que me acerque con mis ramas a la puerta de la casa, espere que llegara una de aquellas mañanas, deje caer mi rama mas larga en el suelo en la entrada , cuando llego me enrede por sus piernas hasta su cuerpo con tanta fuerza que apenas podía respirar, suplico, suplico se arrepintió, dándose cuenta que la naturaleza también podría con él. Libero a todos los animales y fue un gran amigo.
Nada mal, Mª Carmen. Bien creado el misterio y muy bien resuelto el relato.
Me ha encantado
Me gusta mucho Mª Carmen. Un buen relato.
Ma Carmen un cuento precioso. Gracias.
ENREDADERA DIABÓLICA.
La ventana ajada de madera crujía cuando la abrí. Quería disfrutar de la primavera, de las amapolas sangrantes, las margaritas intrigantes, las espinas que condenan rosas. Me asomé y vi una enredadera diabólica. Una rama pegajosa envolvió mí cuello con fuerza. Mí maltrecha cara cruzó un arcoíris de angustias. Gamas de beige, azul y morado sazonaron mi piel en segundos. Las hojas enredadas emitían un sonido tétrico. Entre ellas comentaban la necesidad de carne humana como abono y subsistencia. Una hoja con voz ronca esgrimía a la siguiente, qué hacía años que no envolvían un ser vivo en sus ramas. Mi cara pálida. Sentía terror. Mis dientes castañeaban. Maldecía el momento que asomé la maldita cabeza. ¡Quien me mandaría! — Pensé.
— Ahora no te lamentes, no te servirá de nada. Vas a morir. —Dijo una rama larga con crueldad.
Entonces intuí que leían mi mente. Un buitre leonado picoteaba mi cabeza intentando trasladarme a la colina. Degusté gotas de sangre salada en mis labios y quise secarlas sin éxito. Una rama llena de pinchos de hierro me tenía preso. Gritaba con desesperación. Veía la muerte muy cerca. La situación cada vez se hacía más insoportable. Mi corazón se aceleraba. La rama se tensaba. Y yo con palpitaciones rozando mi angustia, inspiré. Caí al suelo de bruces. El baño de sangre atrajo a un león de trescientos kilos. Me miraba sin cara de amigos. La mandíbula mostraba unos colmillos tan afilados como mi cuchillo de cortar jamón. Un sudor frío decoró mi inmenso terror. La muerte en manos de un depredador, pensé. Bloqueado, grité y grité cada vez más alto a la enredadera diabólica. La rama pegajosa vino a mi encuentro. Me salvó. Cosa que agradecí. Sin saber las intenciones ocultas. Un verde inmenso me absorbió y la enredadera creció y creció.
Muy bueno, Natalia. Unas imágenes de lo más sugerentes.
Me ha gustado mucho Natalia. Muy bueno.
Natalia ¡vaya enredadera! Me ha gustado el relato, muy original.
Guau!!!!, me encanta Natalia
¡Fenomenal!
Siempre me despierta un calor intenso, tengo que apartar el edredón y levantarme a beber agua fría. Luego vuelvo a la cama para intentar dormir de nuevo pero los nubarrones de pensamientos inconexos se me amontonan y me llenan de angustia. Luego repaso las tareas, llamar al jardinero, el cumpleaños de Alberto, llevar a mi madre al médico ¿Qué haré hoy de comida? ¿Y cuántos vendrán? Los hijos… La amargura de los días vacíos me deprime.
Me levanto para disipar con el trabajo rutinario mis preocupaciones. Aún no ha amanecido del todo y una luz cenicienta se filtra por las cortinas. Hace frío, demasiado frío. Me pongo mi bata de lana gruesa y al bajar las escaleras oigo un crujido, semejante a un lamento, un miedo incomprensible me paraliza. No será nada, la casa es muy vieja. Llego hasta la cocina, pongo la cafetera. El chasquido vuelve, retuerce toda la casa. Me acerco a la ventana, la enredadera la ha cubierto por completo, intento abrir la puerta trasera pero sus ramas la han atascado. Corro hacia la puerta principal ¡no puedo abrirla! ¿Qué esta pasando? Con el corazón acelerado reviso las ventanas y compruebo que todas están cubiertas por las ramas nudosas de hojas exuberantes, selváticas. Su verdor brillante me atrae y me estremece. Temblando voy en busca del hacha para intentar apartar esas ramas aprisionadoras. Al dar el primer hachazo siento un quejido cómo si hubiera dado un golpe a un ser de carne y hueso y al mismo tiempo mi mente se deshace de una idea, vuelvo a dar el segundo golpe, la rama cae y otro pensamiento se disuelve, me acerco aún más para dar el tercero y una de las ramas me enlaza la cintura, me abraza como un joven amante y la savia de mis pensamientos llena de vida la enredadera, me vacía ¿Quién soy? De mi garganta surge un horrendo grito semejante al primer llanto de un recién nacido estridente, machacón, vehemente.
Muy bueno, Pilar. Y eso que decías que se te da mal el terror. ¡Para nada!
Me han gustado todos los relatos mucho, cada uno con un punto de vista diferente, creando los ambientes del miedo. ¡Muy buenos!
Olé tú!!! Pilar, los pelos de punta
¡Qué sensación de agobio!
Muy bueno Pilar. Me encanta el relato.
Me encanta Pilar.
Me recuerda ese cuento de Quino en el que alega que la vida debía ser al revés “morirse primero, para salir de eso cuanto antes” y acaba nueve meses antes que tu cuento en ese momento de placer en el que se crean las nuevas vidas…pero llegar hasta allí le habría quitado tensión a tu cuento
Muy bueno, me ha gustado mucho.
Pilar, tu enredadera tampoco está mal. He pasado angustia.
El sol, el calorcito y la lluvia, daban la bienvenida a la primavera, pero Peter no salía de su oscuro laboratorio, hacía tiempo que había concluido sus enigmáticos experimentos. Fue al recóndito y sofocante invernadero, lleno de grandes e intimidantes enredaderas por todos lados, todas ellas fabricadas sintéticamente por él. Jugando a ser Dios, les había otorgado inteligencia artificial y hormonas humanas. Sabía que unas serían pacíficas y otras excesivamente agresivas hasta tal punto que dos ayudantes del laboratorio habían muerto asfixiados por el abrazo de ellas y Peter lo había ocultado, todo valía para sus propósitos de gloria.
El cielo se oscureció, unas nubes negras amenazaban tormenta, en el invernadero saltó el automático que encendían los fluorescentes para dar luz a las temibles enredaderas. Peter, con cautela, se acercó para comprobar que todo estaba en orden. Nada más entrar un sonido llamó su atención, puso más cuidado en oír de que se trataba y comprobó que era un murmullo que se hacía cada vez más sonoro y procedía de las plantas, se aproximó a ellas para intentar entender algo, pero tanto se arrimó que un grupo de las agresivas le rodearon, le inmovilizaron, le quitaron un cuchillo que llevaba en el bolsillo y le degollaron, su sangre cayó en el suelo como alimento y el cuerpo de Peter fue desapareciendo entre todas. Las pacíficas intentaron detenerlas, pero no pudieron y la cabecilla de las agresivas, con el cuchillo todavía en su poder, empezó a cortar a todas y cada una de las que se oponían a sus órdenes.
Una enredadera cansada de obedecer, que estaba al lado de un gran bidón de ácido sulfúrico, lo empujó hasta que cayó al suelo y esparciéndose por la tierra empezó a quemar todas las plantas y en pocos minutos desaparecieron.
¡Uno de terror científico! ¡Qué alegría! Me encanta, Mª José.
Me ha encantado el relato. Buenísimo. Por momentos me has recordado a la “Tienda de los Horrores”. Muy bueno.
Rebelión en el invernadero!
Me imagino el cesped del futuro estadio del Real Madrid causando una masacre entre sus cuidadores.
La inmolación como colofón final ¡Muy bueno! Ma. José
Pilar, ¡tú enredadera tampoco está mal! jajaja He pasado angustia.
Todos son buenísimo.
Me sorprende que además todos sean tan tan diferentes.
¡Enhorabuena a todas!
Buuff, la primavera trae mucho nivel!!!
A ver que os parece mi propuesta…
LOS ENREDADORES
– Es un hongo – concluyó la podóloga – ponte esta pomada todas las noches y vuelve la semana que viene.
Sentía una mezcla de admiración y vergüenza. La conocía del gimnasio y siempre me quedaba como hipnotizado mirando sus ojos, incluso cuando me hablaba de su trabajo que me parecía de lo menos seductor. El día que me apareció aquel bultito verde en la planta del pie se lo comenté e inmediatamente me hizo un hueco en su agenda.
A la mañana siguiente el pie me molestaba aún más. El hongo parecía haberse ramificado por la planta. Me volví a poner el ungüento que me dio la doctora y me vestí presurosamente, resuelto a volver a su consulta. No me cabía el zapato y el hongo trepaba ya por la pantorrilla como una enredadera por un ciprés.
Salí a la calle y corrí todo lo que pude, todo lo que me permitía ese ser que me estaba poseyendo. Cuando estaba a punto de llegar a la consulta tropecé con mi propia pierna que se asemejaba ya más a un tronco del Brasil. Un señor me ayudó a levantarme y cuando me vio de pié huyó despavorido, la planta ya había superado mi cintura y rasgaba mi ropa buscando aire y luz, me oprimía, me ahogaba.
A duras penas alcancé el ascensor que me llevaría al último piso dónde estaba ella y en un último esfuerzo apoyé uno de los esquejes en los que se había convertido mi dedo en el timbre de la consulta.
Al cabo de unos minutos apareció ella, la doctora Jazmín, con sus hipnóticos ojos verdes.
– No esperaba que surtiese efecto tan pronto – me dijo con una amplia sonrisa y cogiéndome con cuidado, para no dañar mis ramas ni mis hojas, me trasladó a una sombría terraza donde otros “enredadores” plantados pugnaban por alcanzar el techo trepando por la pared.
Buen relato, Jaime, aunque aún tienes que pulir tu técnica de terror. Para la próxima, insiste más en que tu personaje pase miedo; verás cómo aumenta esa sensación con sólo mencionarlo unas cuantas veces.
Buenísimo. Me ha encantado.
Me gusta mucho el relato. Me encanta la sorpresa del final, pero sobre todo me gusta como con una sola frase has caracterizado a la doctora. Buenísimo.
Buen relato. Me encanta la sorpresa del final, pero sobre todo me gusta como con una sola frase has caracterizado a la doctora.
Jaime, mejor no me recomiendes a esta podóloga ¡Vaya personaje!
¡Muy bueno, Jaime! El hombre planta y la doctora Jazmín.
-La planta trepadora-.
En el aula magna de la facultad de derecho, había un silencio sólo roto por la voz hueca del profesor que explicaba algo sobre los romanos, o al menos eso creía Paz, pues se estaba quedando dormida. El sopor de una mañana ya más que templada y primaveral, con las ventanas abiertas, el olor de las plantas y flores que rodeaban los edificios y el canto de los pajarillos, la iban arrullando y adormeciendo. De pronto sonó el timbre. Eran las doce en punto y todavía quedaba una clase de procesal. “No lo aguantaré”, se dijo a sí misma. Según salía de la clase se la acercaron dos colegas con las que había hecho buenas migas desde que llegó a la Uni. Las dos tenían la misma cara de sueño que Paz.
— Chicas, ¿y si nos acercamos a la Dehesa de la Villa a tumbarnos debajo de un pino? —les propuso—Está aquí mismo, a tiro de piedra. Cinco minutos caminando. —añadió.
Las tres se miraron con complicidad y asintieron rápidamente.
Al poco, ya estaban adentrándose en el parque. Tardaron un rato en encontrar un lugar frondoso, fresco y solitario. Se sentaron sobre la hierba, charlando animadamente. Era un espacio circundado por viejas encinas. Sobre la más vetusta y retorcida trepaba una enredadera, que se había extendido a los árboles vecinos, formando una empalizada de verdor. El sitio era muy acogedor, aunque puede que un poquito inquietante, pues largas lianas de la planta se cernían amenazadoramente sobre sus cabecitas. Se tendieron cuán largas eran y con el canto de los pajarillos se quedaron relajadas, amodorradas. Nieves dio la voz de alarma.
— ¡Chicas, despertad! ¡Que está pasando! ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Ayuda!
Sobresaltadas, intentaron levantarse, pero sólo consiguieron ponerse a cuatro patas. La enredadera o lo que fuera aquello, había crecido tanto, que se había hecho gigante. Una maraña de ramas y follaje las estaban asfixiando, las atenazaban la garganta y el pecho. Las aplastaban. Se escucharon unos últimos estertores y después el silencio. Al poco rato, los pajarillos volvieron a cantar.
No está mal, Raimundo, aunque la próxima vez, procura que se vea cuanto antes el terror de tus personajes: cuanto más menciones esta emoción, más la transmites al lector.
Me gusta mucho Rai, sobre todo el principio. Muy bueno.
A estas chicas hacer pellas les ha salido fatal. Muy bueno, Rai.
¡Guau!
Tendré más cuidado la próxima vez que me tumbe a la sombra de unos árboles que no haya enredaderas justicieras…
Tu peor enemigo
“Has cometido el peor pecado, eres una aberración que merece ser engullida por la naturaleza.”
La enredadera que cubría la fachada de la casa de verano siempre me había parecido siniestra. Pensaba que era por los insectos que pudiera albergar, pero no, reconocía algo desagradablemente familiar en ella, mi propia perversidad.
Me desperté y algo sujetaba mis muñecas y tobillos. Con dificultad conseguí levantar la cabeza y vi cómo la enredadera me oprimía las extremidades, crecía lentamente sobre mí. Mi pulso se aceleró angustiada por la inmovilización.
Mi retorcida mente dominaba la planta que me atacaba con un odio y un rencor que me hacían sentir que no era digna de la vida, que lo mejor era que desapareciera de este mundo. Nadie me quería porque yo era despreciable, un deshecho y, por encima de todas las cosas, era culpable.
La trepadora alcanzó mi cuello y mi frente a la vez, lo que me obligó a mirar hacia el techo. Había un reloj en la pared, pero se movía con agónica lentitud. “Si mamá entrara en la habitación… Mamá no quiere verte, te odia. Jamás te perdonará lo que has hecho. Mereces morir. ¡Pero no quiero!” Intenté moverme y la presión se hizo más fuerte. “Muy bien, tu lucha me empodera. Me alimento de tu pánico y tu patética desesperación.” Sí, era cierto, me lo merecía y aunque el abrazo se relajó ante la aceptación, la rama que había en mi cuello creció, impidiéndome la entrada de aire porque yo sabía que era la causante del mal. ¿Es que iba a morir así, asfixiada? Como cuando te has hundido demasiado en el mar y tus pulmones duelen, pero aún estás lejos de la superficie, no puedes respirar y agonizando te preguntas si llegarás a tiempo. Ahora no había superficie que alcanzar. Las lágrimas mojaron mis mejillas, no quería morir, pero no debía existir, era cruelmente letal, me merecía la ejecución. Se me nubló la vista.
Nada mal, Merche. Muy interesante la reflexión del narrador sobre sí mismo y la relación con la planta.
Muchas gracias, Marina.
Buen relato, además dejas al lector con la duda de lo que ha hecho la protagonista para merecer tal castigo, me encanta.
Muchas gracias, Ana
La maldad castigada, no sé si comprar una plantita. Estupendo, Mercedes
Muchas gracias, Pilar.
¡Guau!
:))
Qué bueno Merche, es una magnífica personificación del sentimiento de culpa y sus perversos efectos sobre el “culpable”.
Muchísimas gracias, Jaime.