El reto de… diciembre
Las navidades están al caer. Este mes es una locura: compras y regalos, comidas y celebraciones…
¿Qué mejor para nuestro reto del mes que un relato de 400 palabras que refleje el caos navideño?
Y, para ello, ¿qué mejor que una historia divertida sobre un día de compras y recados que sale del revés… y el protagonista vuelve a casa con las manos vacías?
Hoy basaremos los relatos en estas cartas:
Recordad que debéis introducir los títulos de todas las cartas en vuestros relatos, ya sea de forma literal o metafórica.
Como siempre, podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
La nieve caía aquellas navidades del veinte veinte. Yo, andaba liado buscando la poción misteriosa que me encargó la petarda de Casilda. Ella no sabía pedir cosas normales. Era estrafalaria hasta para eso. En la calle Preciados, la muchedumbre subía y bajaba tapando los escaparates. Resultaba difícil ver algo. Observé una callejuela siniestra que se bifurcaba de la principal. Curiosamente vacía. Sin gentío. Me introduje en busca del sitio que me conduciría a la dichosa pócima. Era una calle estrecha y cuesta abajo. Un cartel dictaba: “Realizamos consultas espirituales con tabaco”. El escaparate lleno de piedras amontonadas de todos los colores: rojo, verde, azul, ocre. Cuerdas con Atrapa sueños, velas, talismanes, péndulos, calaveras, amuletos… Un olor a sándalo me atrapó. Al entrar una señora bella y delgada, vestida con atuendos muy originales y medallitas tintineando en la frente, me sonrió. Transmitía mucha paz y energía. Así que me atreví a preguntar por la poción misteriosa.
— Has aparecido en un lugar equivocado. Qué la luna azul os traiga lo que deseáis. Dijo moviendo sus caderas y agitando sus medallitas con misterio.
Le sonreí bajando la cabeza, pues no me parecía tan loca, y desaparecí. Tenía apenas tiempo y ni en Google una reseña, una pista. Me acordé de Pepita. La llamábamos el monstruo glotón por su apetito atroz y porque siempre sabía dónde encontrar las cosas por muy raras que parecieran. La llamé en cero coma. No la entendí muy bien porque tenía la boca llena. Algo usual en ella. Me recomendó una tienda pequeña muy apañada. Abarrotada de objetos absurdos cuya existencia ignoraba. Allí me presenté. Sin mediar palabra, un hombre bajito apareció entre el desorden. Me preguntó con voz acelerada qué andaba buscando. Le comenté que Casilda me encargó para estas fiestas una poción misteriosa.
— ¡No sé dónde carajo encontrarla! Espeté con frustración.
El hombrecillo se subió a una escalera y comenzó a revolver entre trastos inservibles. En el empeño el cartel de rebajas cayó al suelo. Bajó raudo y con sus gafitas redondas muy pegadas a mí dejó rozar un paquete entre ambos. Un paquete negro que abrí esperanzado y encontré un brebaje verde. Me agaché y le miré fijamente.
— ¿Qué le debo? Pregunté con prisas por irme de aquel antro antes de que me cayera algo en la cabeza.
— Tres mil, señor. Contestó sin mirarme.
Me quedé pensativo. Pepita dijo que era una tienda en liquidación y que todo se encontraba en rebajas. Aun así, pagué. Y me fui sin dejar de llamarle comerciante tramposo.
Al llegar a casa le entregué a Casilda su poción. Loco de contento por ver su alegría.
¡Me ha encantado! Muy bueno ese planteamiento de Madrid mágico 😉
Natalia me ha gustado un montón, me has dejado con ganas de más. Gracias guapa
Muy bonito el relato, Natalia, las descripciones me recuerdan las novelas de Ruiz Zafón.
Se me había olvidado esto de los relatos mensuales.
Tengo que preparar uno urgentemente. A ver si consigo que sea graciosillo y al menos la mitad de bueno que el tuyo.
Enhorabuena.
Natalia me ha gustado mucho tu cuento. Como a Ma Carmen me hubiera gustado saber más cosas de Casilda y su poción.
Me ha gustado muchísimo Natalia. De hecho me ha recordado al callejón Madriagón, de Harry Potter.
¡¡¡¡ Muchas gracias a todos !!!!
¡Estoy enamorado! Mi novia es una mujer de belleza espectacular, un poco caprichosa según dice mi familia, pero yo, no la veo así, todo porque me ha pedido, cómo regalo de Navidad, un perfume algo caro, según ella, que se llama «Poción Misteriosa», y hoy no me queda más remedio que salir a comprarlo, lo he dejado para última hora, no tengo más días libres. En la calle la nieve cae copiosamente, empiezan a cuajar los copos en el suelo. El centro de la ciudad está horrorosamente lleno de gente que le ha pasado como a mí. Un hombre con un disfraz de monstruo glotón, asusta a los niños haciendo cómo si se los fuera a comer.
Por fin encuentro una perfumería, una señorita muy amable me saluda y después de decir lo que buscaba, me dice:
—Lo siento señor, está agotado, a pesar de su precio desorbitado, no me quedan existencias.
—¿Cuánto cuesta? —pregunté intrigado, pues no había indagado en internet.
—Doce mil euros, señor —contestó la dependienta.
Casi me da un infarto, me despedí muy educadamente, disimulando mi asombro y salí antes de que alguna compañera encontrara un frasco por casualidad.
Estaba perdido, ni aunque encontrara una perfumería que lo tuviera lo pensaba comprar. A lo mejor tenían razón mis familiares con eso de caprichosa.
Seguí andando pensado que otra cosa comprar, cuando en un escaparate un cartel decía:
«SE HACE CUALQUIER COPIA DE LOS MEJORES PERFUMES A PRECIOS ECONOMICOS»
¡Eureka, mi salvación!
Entré y un hombre salió a mi encuentro, le expliqué lo que deseaba y enseguida sacó de debajo del mostrador una caja envuelta con un gusto exquisito y metiéndolo en una bolsa me dijo:
—Son dos mil euros, señor.
«¿Cómo? ¿Había oído bien?» Sin querer discutir, pero pensado que era un comerciante tramposo por su publicidad engañosa, pagué y volví a casa.
Llegó el ansiado día de intercambiar los regalos, mi novia me regalo un par de calcetines y yo su perfume favorito.
Nada más abrir la bolsa, hizo un mohín y me preguntó.
—¿Seguro que has ido a una perfumería o a otro lugar equivocado?
Se echó unas gotas y al momento le salió un sarpullido que le deformó la cara. Me tiró el frasco a la cabeza, que por fortuna no me dio, y rompió conmigo.
Me quedé con dos mil euros menos y sin novia.
¿Mala o buena suerte?
¡Jajajaj! Me ha encantado. ¡Vaya faena! Muy divertido.
Super gracioso, ¡Pobre novio!
Muy bueno Ma. José. Mejor que se quede sin esa novia.
Me ha gustado mucho. Muy divertido.
LA PÓCIMA MISTERIOSA.
Se aproximaban ya las fiestas navideñas. Juanita pensaba que todo eso era un rollazo. Ella tenía que comprar los regalos para hijos y nietas. ¡Y el marido!, que no movía un dedo. Con la excusa esa de ser ateo … Y encima se creía graciosillo, siempre diciendo a todo el mundo: “Soy ateo, gracias a Dios”. Las primeras veces que lo oías tenía gracia, pero después de cincuenta años escuchándolo, ya la incomodaba. “A éste le voy a preparar yo una pócima misteriosa, que se va a enterar, que para eso soy celta y mi tía era espiritista”, se decía la mujer, mientras se encaminaba al autobús para ir al centro. La nieve caía lenta y persistente.
Se dirigió hacia la calle del Arenal a una de esas tiendecillas de cositas pijas. En una de ellas, en el escaparate vio un atril y entró. El dependiente le dijo amablemente que los soportes estaban rebajados. Algo sospechoso observó Juanita en la etiqueta, la retiró y bajo ella había un precinto con el precio al que aquel comerciante tramposo se lo pretendía vender. Se enfadó muchísimo y le llamó de todo, monstruo glotón, hipócrita, corrupto y otras cuantas lindezas por el estilo. Y dando la vuelta salió de la tienda dejando al empleado boquiabierto.
Entró en el Corte Inglés de Sol para comprar unas zapatillas carísimas, para las nietecillas, pero no tenían el número. La tienda estaba abarrotada y empezó a sentirse frustrada. Fue a la sección de caballeros, buscando un jersey de cachemir para el yerno, pero los colores que había eran horrorosos para un hombre, rositas, mostaza, turquesa … apropiados para una chica joven más bien. Así estaban las cosas. Agobiada, se fue enrabietando cada vez más y le vino a la memoria el asunto de la pócima misteriosa. Estaba en el lugar equivocado. Si ha de ser milagrosa, pensó, nada mejor que acercarse al herbolario del Niño del Remedio, que estaba por allí en la calle de los Donados, cerca de Ópera.
Compró una pequeñísima cantidad de árnica, pues de sobra sabía que esta planta podía ser mortal si se pasaba de dosis. Las demás plantas que necesitaba las cultivaba en la terraza: hierbabuena, aloe vera y burundanga.
Al llegar a casa, preparó la infusión, murmurando aquellas extrañas palabras que tantas veces había oído a su tía cuando era pequeña y se la llevó al marido diciéndole que le sentaría bien para su delicado estómago. Al cabo de un rato, le dijo al esposo si era tan amable de montar el arbolito. Con la rapidez del rayo, el hombre se puso manos a la obra, mientras cantaba villancicos sin parar. La pócima había hecho milagros.
¡Muy divertido, Raimundo! Me he reído mucho; sobre todo con el final.
Ja, ja, ja muy bueno Rai. ¿Dónde venden la pócima? quiero unas cuantas dosis.
Buenísimo. Ah, necesito la receta. ¡Ja, ja!
Muy divertido el de María José. ¡Qué risa el sarpullido!
Rai, está genial, me apunto la receta de la pócima
Muy divertido Mª José y Rai. Tanto el sarpullido como el marido eficiente me han hecho reír a carcajadas. Gracias.
Empezar un relato sin ideas, es como ir de compras en Navidad sin llevar una lista de deseos.
Así salí yo de casa con la cabeza totalmente descolocada y sin destino fijo. Atravesé media ciudad bajo tierra, cuando salí a la superficie, la nieve caía sin conocimiento, el mismo que llevaba yo. ¿ Cómo se me había ocurrido salir de casa con aquel día?, ¿ Estaba en un lugar equivocado, o aquello era el centro de la ciudad? – ¡¡ Ubícate !!
Intente mirar a través de la cortina de nieve, para convocar a las hadas y con sus varitas hicieran que dejara de nevar y desapareciera toda la gente.
Me abrí paso como pude y llegue sin querer a la puerta de mi pastelería favorita. Necesitaba algo de azúcar antes de empezar mi tarde de compras.
¡Que espectáculo !, vitrinas con trufas, tartas de chocolate, de fresas, de crema…, ¿qué elegir?, gire la cabeza y salí de dudas, lo vi, era el monstruo glotón, comía de un plato una porción de tarta de fresas y nata con dos trufas de chocolate encima.
–Por favor, quiero lo mismo que el “caballero”, le dije al pastelero que me atendía tan amablemente y que me miro con ojos llenos de sorpresa.
Salí llena de energía, dispuesta a enfrentarme a la ardua tarea que me esperaba de compras navideñas. Una tienda, otra; una hora, dos, tres. Mi energía iba bajando y no había comprado nada.
¡¿ Pero qué era aquello?!, una tienda de deliciosos turrones, “¿Debería entrar para subir de nuevo esta energía?”, “será mejor que no”, pensé. Pero aquel dependiente tan simpático, con aquella bandeja tan apetitosa de turrones sale a mi encuentro y me ofrece. Imposible resistirse, me deja loca, pruebo, uno luego otro y como un corderito manso le sigo hasta la tienda, me guía hasta los estantes donde están todas esas delicias que he probado y algunas más. El pone uno de cada en una bolsita muy
mona, me lleva a la caja, saco mi tarjeta y pago.
– ¿Cómo?, un poco caro ¿ no le parece?
– Pero a usted le han gustado todos ellos
– Tiene razón, es usted un comerciante un poco tramposo, pero es que yo soy una glotona
Nos despedimos y me acompaña hasta la puerta. ¡ Faltaría más!, con lo que he pagado, casi me podían hacer la ola todos los dependientes.
De noche ya, y sin haber hecho ninguna compra navideña, de nuevo cruzo la ciudad bajo tierra, llego a casa empapada por la nieve pero feliz, porque llevo los turrones más ricos del mundo
¡Muy bueno, Mª Carmen! Muy bien mantenida esa ambigüedad entre el desastre y la alegría.
Ma Carmen me ha dejado agotada ¡vaya día de compras! Muy bueno
Muy bueno Carmen, me ha gustado mucho.
Mantiene la emoción hasta el final. Y acabas sin regalos pero con turrón…¡glotona!
¡Qué relatos más buenos!
¡Enhorabuena a todos! Estoy deseando ver el reto de enero.
¡¡¡¡FELICES FIESTAS COMPAÑEROS!!!
Pádoffin era un gnomo verde, pequeño y regordete al que le chiflaban las Navidades, para ser exactos su preferido, con diferencia, era el día de Reyes.
Aquella mañana se despertó con una sensación extraña, notaba algo en el estómago. Se prometió no volver a tomar ninguna de las creaciones culinarias de su compañero de piso Mopet, un monstruo glotón. La última invención “la poción misteriosa” le había sentado fatal.
Era víspera de Reyes y todavía no tenía ningún regalo comprado. Las celebraciones familiares, el mercadillo solidario, cantar en el concierto de Navidad y una cosa extrañísima que se apoderaba de todo su ser de vez en cuando llamada pereza, le habían impedido acometer la tarea de las compras con tiempo suficiente.
Una vez en la calle releyó las cartas con los deseos de sus amigos, un escalofrío recorrió su espalda. Se acordó de la pócima de Mopet, su regalo lo dejaría para el final.
La mañana no se dio mal, antes de comer ya tenía regalos para todos menos para Mopet. Leyó de nuevo su carta y otra vez esa extraña sensación de estar en el lugar equivocado.
A ver, Mopet había pedido a los Reyes Agua de Azahar. Se contaba que los humanos utilizaban ese ingrediente en un bizcocho típico de Navidad y lo llamaban roscón.
A Pádoffin le encantaban las leyendas y cuentos de humanos pero aquella mañana, a pesar de no haber probado bocado desde el día anterior, pensar en comida le daba náuseas.
Si alguien tenía ese ingrediente extraño era Lufus, el comerciante tramposo. Tenía las cosas más raras, lujosas y extraordinarias, pero era famoso porque si no acertabas el acertijo que te proponía se quedaba con todo lo que llevabas y te dejaba con lo puesto.
Pádoffin se arrepintió de haber dejado este regalo para el final.
Entró en la tienda con todos los paquetes comprados ese día. Lufus al verle, sonrió.
Por supuesto que tenía agua de azahar pero la adivinanza era “¿Quién vence a todo el mundo?”
Pádoffin no supo la respuesta. Cuando salió de la tienda Lufus se reía a carcajadas. La nieve caía, Pádoffin derrotado llegó a su casa y se tiró en la cama.
Se despertó entre sudores fríos. ¡SUEÑO! Era la respuesta al acertijo.
Menuda pesadilla, menos mal que los Reyes sí existían y traerían ellos los regalos. El roscón de Reyes de Mopet le había sentado verdaderamente mal.
¡Jajaja! Un relato muy divertido, Merche. Me ha gustado mucho.
Y me alegro de que te hayas animado a escribir 🙂
Muchas gracias, Marina. Tus palabras dirigen mis pasos al siguiente relato. Un abrazo
Me encanta. ¡Qué imaginación! ¡Bravo!