El reto de… abril
Dicen que la escritura es un juego en el que el escritor propone un mundo y el lector se lo cree mientras lo lee.
Pero eso es un juego muy solitario para el escritor, así que ¿qué os parece si vamos más allá y proponemos un juego entre escritores?
Para el reto del mes , vamos a escribir una historia entre todos: cada uno aportará una nueva escena o incidente de 500 palabras que continúe lo anterior.
Pero, como todo juego, éste necesita que sigamos todos las mismas reglas:
- Continuar desde el último fragmento: cada nueva aportación debe continuar la última publicada. No se puede continuar la penúltima, antepenúltima o anteriores.
- Mantener la coherencia: hay que tener en cuenta la acción anterior a lo que escribáis, desde el principio, para no introducir elementos discordantes. Y si podéis continuar el tono, mejor que mejor.
- Escenas autoconclusivas: cada escena debe desarrollar por completo la acción que se haya sugerido en la anterior y sugerir la acción de la siguiente.
- No es un sueño: no vale jugar la baza de despertar al personaje y devolverlo a la actualidad, porque en cuanto lo cambiéis de contexto, se acaba el juego.
Para que os sea más fácil, os daré el pie de inicio y también cerraré la historia cuando dejéis de escribir.
¿Os atrevéis a continuar el relato? Además, si os apetece, ¡podéis colaborar más de una vez! Eso sí, siempre que no sea dos veces seguidas.
Podéis subir vuestros relatos como comentarios de la entrada. ¡Estamos deseando leerlos!
Literatura del XV era la asignatura más hueso de la carrera. El examen era la semana siguiente y Feliciano no había empezado con las lecturas obligatorias; así que se armó de valor, avisó a sus amistades de que desaparecería una temporada, hizo acopio de provisiones en el súper y la biblioteca y se encerró en su casa a leer hasta que le saltaran los ojos de las órbitas.
La noche anterior al examen había conseguido terminar las tres novelas didácticas y seis de las ocho novelas de caballerías. Con un suspiro de resignación por el fracaso de su empresa y alivio por el inminente final de la tortura, apagó la luz de la mesilla, comprobó el despertador y se fue a dormir prontito.
Sin embargo, a la mañana siguiente, el canto de un gallo en su oreja izquierda le hizo pegar un salto olímpico y aterrizar de bruces a los pies de la cama.
¿Un gallo? ¿Qué diablos? ¿De dónde había salido?
─¡Feliciano, hijo! ─¿Su madre allí? ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?─ ¡Que te has dormido! ¡Que llegas tarde a la justa!
¿Qué justa? ¿Pero qué estaba pasando? ¿Y su examen?
Feliciano miró alrededor y vio que su dormitorio parecía la escenografía de una película del Rey Arturo. «Un sueño. Claro que sí. Un mal sueño por el examen. Ahora sonará el despertador y…». Pero la buena mujer ya estaba arrastrándole a una tinaja de agua que resultó estar helada. Mientras temía una posible hipotermia, entró un criado.
─¡Benito! ¿Está todo preparado?
Feliciano no se lo podía creer: ¡don Benito, el del 2ºA! Ese abogado estirado y soberbio, que le miraba por encima del hombro, ¡convertido en sirviente! ¡Increíble!
─Sí, señora.
─¿Has bruñido la armadura?
Feliciano aprovechó la distracción de su madre para escapar de la tinaja.
─Sí, señora.
─¿La lanza? ¿La espada y el escudo?
El nudo de su estómago se estaba convirtiendo en una pelota medicinal.
─Sí, señora.
─¿El caballo ya está enjaezado?
¿Caballo? ¿Cómo que caballo? ¿Un caballo de verdad? ¿Para montarlo él? No; imposible. En su vida había montado. Castañazo fijo; como poco, las costillas rotas. O el brazo. Recordó con añoranza su querida moto mientras temía por su integridad física.
─Vamos, Feliciano, que no tenemos todo el día. Ponte las calzas y que Benito te ayude con la armadura.
Cuarto de hora más tarde, Feliciano era dirigido por Benito a los establos, donde con una inestable grúa de madera lo izó y lo colocó encima del caballo. Con tanto peso encima, apenas podía moverse y, cuando el criado le puso el escudo a la espalda, la espada al cinto y la lanza en la mano, creyó que se aplastaría como un dibujo animado.
─Hijo mío ─dijo su madre, enjugándose unas lágrimas de emoción─, haz honor al nombre de los Pérez. Combate como un hombre y, si es preciso, muere como un valiente.
Y Feliciano, aterrorizado por el discurso e inmovilizado por las armas, fue conducido por Benito al emplazamiento donde se celebraba la justa.
Feliciano, guiado por Benito, que sujetaba las riendas de su caballo, divisó el castillo donde se organizaba la justa. No daba crédito a lo que estaba viviendo, le parecía estar dentro de una película.
̶ ¡Don Benito! ¿Qué hace usted aquí y dónde estamos? ̶ preguntó Feliciano
̶ Mi señor, ¿se encuentra bien? No soy Don, soy su sirviente. Donde vamos a estar, en Sigüenza ̶ respondió asustado el criado.
«Esto no puede estar pasándome de verdad, voy a seguirle el juego a mi ensoñación hasta que me despierte, y puede quizá, hasta me lo pase bien, seguramente tendré experiencia como pasa en estos casos imaginarios»
El castillo estaba engalanado para la ocasión, encima de la muralla los soldados, vestidos de gala, portaban los estandartes de las familias más nobles y pudientes de la ciudad participantes en la justa. En la torre del homenaje se desplegaba un gran tapiz con el escudo real. El puente custodiado por el obispo, hisopo en mano para bendecir a todos los competidores, les daba la bienvenida. En el patio de armas los nobles acompañados por sus lacayos esperaban su turno.
Feliciano fue recibido con gran clamor popular, entre vítores y aplausos. Mujeres bien vestidas hacían una reverencia y le sonreían. Una se le acercó y quitándose un pañuelo del tocado, se lo anudó a la muñeca y en un leve susurro le dijo:
̶ Para que le dé suerte, aunque estoy segura de que un caballero como usted no la necesitará, y dicho esto se volvió al sitio en el que estaba.
Más adelante otro caballero montado en un magnifico corcel, se subió la visera del yelmo y le gritó.
̶ ¡Feliciano, me ha tocado contigo y no voy a tener piedad de ti, pienso vencerte y ganar el torneo! Rio jocoso mientras le guiñaba un ojo. Pero su mirada se posó en el antebrazo de Feliciano y cambiando el gesto volvió a gritar ̶ ¿Y ese pañuelo que llevas, quién te lo ha dado? ̶ preguntó enojado
«¡Mi madre, pero si es el decano!»
̶ Una mujer que estaba entre el gentío ̶ contestó sin saber que otra cosa decir.
El caballero encabritando al caballo, se dio la vuelta y vociferó.
̶ ¡A muerte, Feliciano, a muerte!
Feliciano miraba a Don Benito implorando alguna aclaración y éste adivinando su preocupación le informó:
̶ Mi señor, el conde de Arce está prometido con la dama Doña Almudena de Sosa y se ha ofendido al ver el pañuelo en su poder, le ha retado para limpiar su honor. Me temo, mi señor, que el torneo dejará de ser un juego y se ha cambiado en un duelo.
Dicho esto se encaminaron hacía el patio de armas para ocupar su puesto y esperar su turno.
Feliciano estaba en shock, el decano de la universidad estaba dispuesto a darle muerte y no sabía que hacer, pensó que ya era hora de despertarse y terminar con el sueño, pero no, siguió a lomos del caballo hacia su destino.
¡Jajaja! Me encanta, Mª José. ¡Lo del decano es un puntazo!
¡Muy bueno!
Me gusta mucho María José. Me encanta el giro amoroso con Doña Almudena. Muy bueno.
¡Qué buen ritmo tienen los dos textos! Me gustan los detalles y personajes que habéis introducido.
Gracias por la parte qué me toca. Animaros y escribir la continuación, que estoy deseando leer vuestros relatos, tengo “mono”..
Almudena, entre el público, contemplaba expectante la situación. Sus futuros esponsales con Don Sebastián de Arce la hacían sentirse muy infeliz, a Don Sebastián le precedía su fama de hombre violento, tosco e irascible. El compromiso se había anunciado con una espléndida petición de mano la semana anterior y desde entonces Almudena sólo pensaba en escapar.
Recordaba a Feliciano de niño, aquellos tiempos felices cuando todavía vivían sus padres. Existía una entrañable relación entre ambas familias y celebraban estupendos banquetes.
Una tarde escondida con Feliciano detrás de unos setos, oyó a su padre el Señor de Sosa y a Don Edmundo Gómez, mantener una conversación sobre el futuro de sus hijos
– Los niños son pequeños todavía Edmundo, pero estaré encantado de unir nuestros linajes con el matrimonio de nuestros hijos.
Almudena y Feliciano se miraron y rieron, sin entender verdaderamente el alcance de aquella conversación.
– ¡Gana el primero que de con la piedra en aquel árbol! ¡Vamos corre.!
– ¡No puedo! Se me engancha el vestido en los matorrales.
Nada entonces presagiaba el infortunio de los de Sosa. Pues Don Prudencio y su esposa Doña Gilda, fallecieron meses después en un trágico incendio ocurrido durante la noche en sus aposentos, por culpa de una corriente de aire que volcó una lámpara de aceite.
Su única hija, heredera del título de Sosa, huérfana a los once años, siguió viviendo en el castillo familiar pero quedó bajo la gracia y protección de un primo lejano de su padre, Don Severo, que tenía su patria potestad y era compañero de juergas del conde de Arce. Le debía tanto dinero por sus deudas de juego que enseguida negoció la mano de la niña a cambio del pago de una dote. Los esponsales se celebrarían al cumplir Almudena los diez y ocho años.
La pequeña vivió entonces en la nostalgia, aferrándose al feliz recuerdo de sus padres y a los encuentros infantiles con Feliciano. Sólo el cariño de Adelaida, su dama de compañía, conseguía sacarla de su estado de melancolía. Don Severo, tras el incendio, mandó rehabilitar la torre del Homenaje y la aprovechó para su disfrute personal. A lo largo de los años fueron contadas las ocasiones en las que coincidió con la niña.
Y hoy, después de once años aferrada a sus recuerdos, se había producido el milagro, su reencuentro con Feliciano, apuesto y valiente hidalgo al rescate de su señora, cual réplica de los romances de caballeros y doncellas que desde niña había leído.
– ¡Señora Almudena! ¡Mi niña! Os habéis quedado absorta en vuestros pensamientos. La voz de Adelaida, muy lejana, la devolvió a la realidad
– ¡Es él! Adelaida, ¡Es él! Exclamaba con nerviosismo dando pequeños saltitos mientras agarraba con fuerza las manos de su doncella.
– Tranquila pequeña
– Creo que al darle el pañuelo no me ha reconocido. ¡Oh Dios mío! Es tan gallardo y viril como había imaginado,
En ese momento sonaron las trompetas anunciando el comienzo del duelo.
¡Muy bueno, Concha! Me encanta cómo has enriquecido la historia 🙂
¡¡¡Biennnnn!!! Gracias Concha por continuar con el reto, me ha gustado mucho tu relato, estoy impaciente por saber como sigue la aventura en otro compañero.
Magnífico pie al relato y como lo habéis ido perfilando María José y Concha. Me llenan de inspiración…
A continuación haré mi humilde aportación, pero de momento os adelanto un trabajo que he hecho que puede ser útil a los siguientes…
Protagonista: Feliciano Pérez, Estudiante (21-22 años). No ha montado a caballo. Tenía moto
Madre
Don Benito. Vecino 2ºA Abogado Sirviente
Castillo de Sigüenza
Está el Rey, el obispo,
Oponente de la justa. El decano. Conde Don Sebastián de Arce. Hijo de Don Edmundo Gómez
Doña Almudena de Sosa. Prometida de Arce. Le ha dado el pañuelo a Benito. Enamorada de Feliciano desde Pequeña jugaban juntos. Sus padres Don Prudencio y Doña Gilda fallecieron en un incendio (pudo ser provocado por Arce). Espera que Feliciano la “rescate” de su destino
Don Severo primo de Don Prudencio (Padre de Almudena). Se hace cargo Almudena y de los bienes de los Sosa. (Padrastro). Negocia los esponsales por una dote para saldar su deuda con Arce
Adelaida. Dama de compañía. Típica confidente
Martín. Heraldo Delegado de clase. Pelota
Rey Don Alfonso. Puede ser Alfonso VIII el de las Navas. Rey de Castilla SXII y XIII
El silencio se extendió por toda la tela al pie del castillo y la nobleza acabó de ocupar sus posiciones en los palenques.
En la grada principal, donde se encontraba el rey, un heraldo se adelantó hasta una pequeña plataforma a modo de púlpito, donde inició su pregón.
¡Bienhallado pueblo de Sigüenza! – una exclamación de júbilo llegó desde dónde se apelotonaba el vulgo frente a las gradas nobles – Nuestro real soberano Don Alfonso, por la gracia de Dios, ha tenido a bien convocar a los caballeros de Castilla a demostrar su coraje y valor en singular torneo para deleite de sus fieles súbditos – Esa voz le sonó familiar a Feliciano que levantó su pesarosa mirada y reconoció a Martín, el delegado de clase. Ese pelota estaba siempre cerca del poder.
La frase del rey emérito en 1992 se solapó en la mente de Feliciano con las últimas palabras del heraldo anunciando el inicio del torneo castellano.
El heraldo llamó a los primeros contendientes, el conde de Arce y el marqués de Velada.
Feliciano suspiró aliviado – al menos no seré el primero – se dijo.
Pero las palabras de Don Benito haciéndole entrega de su yelmo tocado con los colores de su pendón le helaron la sangre – ¡Fuerza y honor señor marqués!
Un escalofrío recorrió su espalda y notó como se le encogía el píloro.
En ese momento Don Sebastián se acercó al galope al palenque presidencial y cruzó unas palabras con el heraldo. Éste se acercó al rey al que parecía consultar algo y al poco volvió al púlpito y anunció – Su majestad ha tenido a bien considerar la solicitud del Conde de Arce que demanda limpiar su honor y constituir este primer enfrentamiento en ordalía. El combate se resolverá a “primera sangre” – el anunció dejó solo parcialmente satisfecho al conde, pues el había solicitado que fuese a muerte. Se volvió a su lugar pensando que la solución era asestar un primer golpe mortal.
Don Benito, que había visto confirmada su predicción, cambió, con toda naturalidad, la lanza de torneo, con la punta roma, por una de justa con punta de hierro afilada.
Definitivamente era el momento de despertar de aquella pesadilla, pensó Feliciano, pero sus esfuerzos fueron vanos.
Un toque de trompeta llamaba a los contendientes a tomar sus posiciones a cada lado de la tela. A la cabeza de Feliciano vinieron todas aquellas películas que su padre le obligaba a ver como si fueran obras maestras del cine y el encontraba tremendamente desfasadas, Ben-Hur, Ivanhoe, el Cid…
Una algarabía dejó a las claras el favoritismo de la gente por el marqués de Velada.
El rey mandó llamar a la de Sosa, que se había convertido a su pesar en “señora del palenque”, y la sentó a su izquierda. Almudena hubiera querido declinar esa invitación, pero sabía que era imposible. Con una mezcla de vergüenza y orgullo, de miedo y esperanza tomó su nuevo y preminente asiento.
Mientras Feliciano avanzaba hasta su puesto se fijó en Almudena. Le resultaba vagamente familiar y un valor y una confianza que no había sentido hasta entonces se apoderó de él. Besó ostensiblemente el pañuelo que le había dado y ocupó su lugar al lado derecho de la tela.
Muy bueno, Jaime. El giro ese de convertirle en marqués ha sido genial.
Me ha encantado, Jaime, como siempre 🥰
Muy bueno Jaime. Me encanta el relato.
¡Soberbio! Me encanta
Sonaron las trompetas y su oponente espoleó al caballo. Feliciano quiso imitar aquel movimiento, pero no consiguió moverse ni un pelo.
Benito, ya plenamente consciente de que tenía que tomar cartas en el asunto, azuzó al caballo y este se movió con la rapidez y precisión del que lo ha hecho miles de veces.
Feliciano casi se cae del susto, pero logró recobrarse con rapidez, se afianzó a su montura y apuntó con la lanza. La sensación era de un vago recuerdo. Sin embargo, la embestida fue brutal y voló por los aires aterrizando con sus posaderas sobre la arena, justo con el coxis, como aquella vez que se puso unos patines para impresionar a su novieta de entonces y cayó de culo contra el asfalto. Al menos esta vez la superficie había sido algo más blanda.
El público exclamó con preocupación. Afortunadamente, Feliciano no lo había hecho del todo mal y su oponente también había besado suelo.
Al no volver a los caballos aún tenía alguna oportunidad. Se acordó que Benito le había ceñido la espada al cinto, le miró y el soberbio abogado convertido en afable y diligente sirviente le guiño un ojo cómplice. Feliciano se levantó aún sintiéndose desorientado. Don Sebastián se acercaba con fuego en los ojos y una determinación que helaban la sangre. Al verle, sintió un nudo en el estómago.
Feliciano supo en ese instante que para el Conde “a primera sangre” significaba “muerte al primer golpe” tal como había predicho en su amenaza. Se irguió, no tenía ni idea de qué estaba pasando ni por qué, pero una cosa estaba clara, tenía que salir vivo de aquel combate.
Sopesó la espada y la sintió amiga, familiar. Eso le infundió valor y no esperó el golpe de su contrincante “la mejor defensa es un ataque”. Pero el Conde anticipó el movimiento y lo esquivó con una agilidad que no aparentaba.
Todas las inseguridades de Feliciano afloraron en su cabeza cuando dio con la pesada espada contra el suelo, donde vio una sombra que se alzaba preparándose para descargar su furia. Ante el inminente impacto mortal el hasta ahora estudiante sintió que sus fuerzas flaqueaban.
Pero no era momento de autocompasión ni desfallecimiento. Con un coraje que no supo de dónde le vino se giró con rapidez evitando el golpe fatal que Don Sebastián le dedicaba.
Aprovechando la inercia del viraje dirigió el grávido metal hacia el costado que el Conde dejaba libre con el embate. Sin embargo, su contrario no se quedó quieto y se volvió con una ligereza impropia de su volumen. El puñetero decano sabía lo que hacía.
Feliciano perdió el equilibrio y volvió a trastabillar. Oyó una voz en su cabeza “vas a morir”. Terminar sus días así, sin explicarse qué diantres estaba ocurriendo, qué había pasado con su vida hasta ese momento, qué pintaba en aquel escenario propio de las novelas que acababa de engullir, morir sin entender.
Todos los presentes escucharon el grito desgarrador que salió de las entrañas de Feliciano ¡¡¡NOOOOOOOOO!!! Mientras lanzaba letalmente el acero contra aquel hombre que vio con sorpresa en sus ojos cómo la espada le atravesaba el esternón en una herida mortal.
Un combate excelente, Merche; tanto interno como externo. ¡Bravo!
Muchas gracias, Marina 😁😘
Mercedes un relato buenísimo. Me ha gustado mucho.
Muchas gracias, Ana. Anímate, queremos leer el tuyo 😉
¡Eso, eso! Que andáis muy comodones este mes…
¡Qué buena descripción del combate! Me gusta mucho
Muy bueno Concha. Me ha gustado mucho.
Genial Merche. Muy enriquecido! ¿Qué será de la ex-prometida?…
Dínoslo tú 😉 jejeje
Muchas gracias 😘
Muchas gracias, es la primera vez que participio y me está encantando.
O eso pensó Feliciano, al descargar el filo sobre el decano. Echó unos pasos atrás, miro hacia el frente, éste lo fulminaba con rabia, esos ojillos chisporroteaban como diciendo: «¡Te vas a enterar niñato!» ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Qué había hecho él, que acababa de aterrizar como quien dice en este mundo, para que su decano lo odiase? En el campus estaba seguro que le caía bien. «¡Esto es una locura!», se dijo y esbozó una tenue sonrisa intentando conectar con él. Pero la mirada de su oponente no había cambiado ni una pizca.
El decano se miró el pecho, la cota de malla había parado el tajo, el dolor del esternón lo había dejado momentáneamente sin aliento. Ese aspirante a conde no le iba a quitar a su dama, ni su dignidad, ¿Pero qué se había creído aquel aprendiz de… de caballerito?, ¿Quién era él para ostentar el favor de su dama?, cuando se hiciera un hombre entonces podrían hablar pero de momento, «¡No!», resonaba su tosca voz en sus entrañas maltrechas.
Feliciano miró a su alrededor, el griterío lo absorbía, empezó a sudar ¿De verdad tenía que batirse con él?, siguió mirando a su alrededor, la cara de la chica del pañuelo lo conmovió, lo miraba manteniendo el aliento, encogía los hombros cruzando los brazos abrazándose la cintura. El tiempo parecía detenerse, fijó los ojos en el suelo, polvoriento, arenisco, rojizo. Notó como sus pies se negaban a moverse, le parecía enterrarse en ese seco suelo, como si de arenas movedizas se tratara, el suelo se lo tragaba. Respiró hondo, las gotas de sudor le gotearon por la frente. ¡Su decano lo iba a matar! En ese instante, de su interior afloró la valentía, o algo parecido, miedo quizá, era un terror tan fuerte a la muerte que lo revivió de su estado de parálisis. Agarró bien su espada, la balanceó, estaba equilibrada, lo reconfortó el frío contacto del acero, no supo ni cómo pero paró la fuerte estocada de su oponente, que de nuevo arremetía. ¡Joder, aquello quería decir que de verdad iba en serio!, comprendió. Echó dos pasos atrás y se posicionó con los pies separados, el decano atacó de nuevo. Pero esta vez estaba preparado, cinto y dejó pasar de largo el filo de la espada. El decano se sorprendió, giró sobre mismo y se plantó delante de Feliciano, de nuevo. Bufó, y se lanzó al ataque. El joven volvió a repeler el golpe, el sonido del metal al chocar removió sus entrañas, no sabía ni como, quizá por todos los libros de caballería que había leído pero empezaba a sentirse cómodo con aquel acero en la mano ¡Matadecanos!, la llamaría, bueno o ¡Qué narices esa espada se merecía un nombre digno!, se dijo. ¿Matagigantes? ¿Eliminadora? Uff, ninguno. «¡Algo épico, piensa!» Sus pensamientos se vieron cortados por un nuevo ataque, hasta ese momento sólo recibía golpes que podía repeler. La expresión del decano había ido cambiando al ver que él se zafaba de sus embistes, y ya empezaba a ser la misma faz de la muerte. Cara a cara, los dos empezaban a estar cansados del juego. Feliciano suspiró, recogió toda su valentía y se lanzó por primera vez al ataque. El decano echó dos pasos atrás, paró el golpe y le dio una patada en la pierna que le hizo perder el equilibrio, bajo la espada, y saltó hacia un lado justo a tiempo de levantarla de nuevo, el chirrido del metal le hizo trizas el tímpano, pero aguantó. Su instinto, de caballero, le hizo darle un puñetazo con la otra mano en la cara al decano. Se retiró unos metros, pero solo para tomar aliento, volvió a la carga. Feliciano se agachó justo a tiempo, la espada le pasó rozando la cabeza. «¡Madre mía, por los pelos!», sudaba, su pulso era tan acelerado que casi notaba que saltaba de su pecho, adrenalina pura corría por sus venas. Fijó los pies en el suelo, esta vez lo noto duro, firme, y se abalanzó sobre el decano, su fuerza lo acompañó, el miedo había dado paso a la necesidad de sobrevivir, el decano no pudo parar el golpe, la espada le hirió el brazo, un chorro de sangre salto sobre la arena enrojeciéndola, este echó unos pasos atrás con gesto de dolor, el joven caballero dio dos pasos hacia delante y le puso la punta de su espada en el cuello, el decano bajó la suya. ¡Lo había derrotado! ¡Él y Salvadora lo habían conseguido!, gritó por dentro, aunque su furiosa mirada era lo único que el Conde de Arce vio reflejado en los ojos del caballero. El graderío enmudeció, a la vez que Feliciano giraba la cabeza cruzando la mirada con la dulce joven, que lo observaba con una sonrisa en sus labios, de fondo la voz del Rey proclamaba al vencedor.
Bueno, bueno… Qué gran duelo habéis narrado entre las dos. Estupendo el punto de giro sorpresivo al inicio, Amparo.
Muy bueno Amparo, me gusta mucho como has narrado la tensión del combate. Buen final al duelo.
Qué enfrentamiento más épico!!
Salvadora, me encanta…me da que el Decano le va a hacer sufrir para acabar la carrera en la “otra dimensión”
El combate sigue siendo magistral. ¡Enhorabuena!
Gracias a Ma José, Concha, Jaime, Mercedes y Amparo por participar en este juego literario. Os está quedando estupendo, espero la continuación.
Pilar, ¿por qué no te animas y la haces tú? 😉
Eso es Pilar, me encantaría.
Aquí me tenéis a estas horas intempestivas intentando dar un giro de tuerca a esta historia. Gracias a Marina y a Ana que con sus últimos mensajes me han espoleado la imaginación y envenenado con el vicio de la escritura.
Os juro que el nombre del Doncel, es el verdadero y que me ha venido como anillo al dedo.
Curiosamente han salido personajes de Star Wars, herederos de ese mundo de caballeros y damas.
Espero que os guste.
Muchas gracias a todos los que habéis participado en este juego “encantador”.
Espero llegar a tiempo. Estoy fuera del reto de abril, acabo pisar el mes de mayo.
El sol abrasaba la arena donde había caído la sangre del decano, los gritos de felicitación y el sonido de las trompetas producían un ruido ensordecedor en la explanada del castillo.
Feliciano llevó su espada al cinto y se acercó al lugar donde se le requería. Estaba delante del mismísimo Rey Alfonso y de su dama, Dña. Almudena de Sosa. Al verla tan de cerca, se dio cuenta de que era la famosa princesa Leia ¡Increíble! La situación era surrealista, pero curiosamente no era un sueño daliniano. Sentía el peso de la armadura, el escozor de las heridas y el cansancio de la pelea ¿Qué estaba sucediendo?
Don Benito lo saco de su ensimismamiento, tenía que darse prisa. El rey organizaba un baile con los vencedores del torneo y debía asistir con Dña. Almudena vistiendo sus mejores galas. Al asearse, se miró al espejo y al verse reflejado en el azogue no sé reconoció. Dio un grito como si fuese una doncella, cosa que le avergonzó. Él no era él, estaba horrorizado. Había entrado en otro cuerpo, tal vez hubiese muerto esa noche a causa de un atracón de lectura de libros de caballería junto con unas cuantas anfetas y se había producido ipso facto la rencarnación, o la transmigración, o la resurrección de la carne ¡En fin! Todas esas cosas que podían pasar cuando uno se iba al otro barrio. Estaba hecho un lío.
Don Benito, como buen sirviente, le había colocado la ropa encima de la cama. Y fue al vestirse cuando comprobó, estupefacto, en quien se había convertido. Era el mismísimo Doncel, el vivo retrato del joven que leía apaciblemente recostado sobre su propia tumba, con los ojos perdidos en una ensoñación y con un libro abierto, el famoso Amadís de Gaula, el super ventas del siglo, y el último libro que había leído en esa última noche de hacía más de seis futuros siglos ¿Habría caído en un mundo paralelo?
Todo su cuerpo temblaba, Feliciano no era Feliciano. Salió corriendo como alma que lleva el diablo hasta la catedral para ver con sus propios ojos la tumba del famoso Doncel que ya había visto en una excursión del instituto con sus compis de bachillerato. Entró en la capilla, allí estaba el sepulcro, lógicamente sin la bella escultura, ya que él estaba vivo, pero reconoció el lugar por el arco de medio punto y los tres leones, había una filacteria que sujetaban dos ángeles donde ponía en letras góticas “Condes de Arce”. Entonces recordó el nombre del Doncel, Martín Vázquez de Arce, muerto en la Vega de Granada en una escaramuza contra los moros a la temprana edad de 25 años ¡Ostras! Solo le faltaban tres años para palmarla. Su nombre no era Feliciano sino Martín y era hijo del Conde Sebastián de Arce, el conde era su padre, solo le faltaba que el decano le soltase la frasecita de Darth Vader …, si no fuera tan patético le haría hasta gracia.
Tenía que hablar ahora mismo con su madre.
Pilar, no tengo palabras. Como bien dices, ¡qué giro radical el del relato! Y aun así, manteniendo la coherencia. ¡Bravo!
¡Maravilloso! ¡Bravísimo! Me encanta Pilar todo, desde el giro hasta el estilo. Me alegro muchísimo de que te hayas animado al final. Otra vez, ¡bravo!
¡Genial! Difícil se lo has dejado al siguiente.
Me anecanta. Me alegro de que te hayas animado. Genial el giro, totalmente inesperado, sobre la paternidad del Conde y las identidades de Feliciano y Almudena. ¡Bravo! 👏👏👏
Me alegro mucho de que os haya gustado. Muchas gracias Marina, Ana y Mercedes, estoy deseando ver la continuación del relato.
Buenísimo Pilar, me ha encantado.