El género negro: misterio y drama

15/10/2021 2 Por Trucos de Pluma

 

Es descorazonador, en un caso criminal, no encontrar sino gente normal, porque uno se pregunta por qué y cómo se han visto envueltos en un drama.

G. Simenon: Maigret y el fantasma (1963)

 

El género negro, nacido de la sección de sucesos de los periódicos decimonónicos, siempre se ha recreado en lo macabro y lo sorprendente. Incluso con casi dos siglos de rodaje y a pesar de su evolución, los crímenes violentos y fetichistas o los juegos psicológicos del criminal siguen siendo un motivo de interés para el lector.

De ahí que sea considerado un género extraordinario: la mayoría de los lectores no se ven enfrentados al crimen en su vida diaria y, en esa carencia de cotidianeidad, radica parte del encanto del relato policíaco. No todo ―claro está―, porque el investigador protagonista sí está habituado a siniestros desencadenantes de sus investigaciones.

Sin embargo, ya desde la segunda generación de autores dedicados a este género ―Hammett, Chandler, Simenon― dichas investigaciones han permitido aportar al desarrollo de la historia una fuerte humanidad y, con ello, el género negro abrió sus puertas al drama.

Así, si el descubrimiento de las circunstancias del crimen da pie al reto intelectual de averiguar quién es el criminal, la indagación sobre las posibles motivaciones de éste, los medios utilizados para cometer el crimen y la consiguiente investigación de sus circunstancias vitales, sus círculos sociales y sus relaciones personales ampliaron el abanico de investigación hacia derroteros psicológicos y sociológicos que, poco a poco, acercaron el género negro a la narrativa costumbrista y al drama humano. Siempre, por supuesto, con el aliciente argumental de resolver el caso; con el intrínguli inherente al misterio y la emoción, en muchas ocasiones, de saber al investigador en cierto grado de peligro ante su oponente.

Si, además, a esta investigación sobre el criminal le añadimos una similar sobre la víctima y sobre cada uno de los sospechosos que se han barajado como culpables, la posibilidad de mostrar varios y distintos dramas se multiplica, enriqueciendo el relato de forma exponencial.

A este respecto, fue Dashiel Hammett quien, en abierto homenaje a nuestro Quijote, prouso al detective como una especie de explorador social que, en su periplo investigador, se introduce en todos los ambientes, tiene trato con todas las clases y, con ello, guía al lector a través de todas las miserias humanas, de todos los anhelos, odios y rencores.

Sin embargo, quien verdaderamente elevaría el género al nivel de drama humano fue George Simenon, con su detective cotidiano ―su Maigret supeditado al jefe del departamento de policía; su Maigret con dificultades en la vida personal; su Maigret sito en un París desmitificado―; con sus víctimas de barrio de vecinos y vidas carentes de heroísmo; con sus sospechosos de motivaciones ordinarias, vulgares, chabacanas; con sus criminales que, aunque faltos de ética y sobrados de emociones o instintos, no son tan diferentes del lector como para que éste ―salvando las distancias y sólo en parte― no reconozca en ellos a alguien conocido, o incluso a sí mismo.

Por eso, esta reflexión del propio Maigret es una perla literaria, porque en ella se resume la estética completa del género negro: el desencadenante esencial (caso criminal), la investigación que permite la muestra social (encontrar); un elenco de personajes que bien podría vivir a la vuelta de la esquina (gente normal), la humanidad que la propia investigación permitirá mostrar (por qué y cómo se han visto envueltos) y la postura estética del autor (un drama).

Quizás es esta la razón por la que George Simenon, que siempre fue fiel al género policíaco, es a día de hoy considerado uno de los mejores escritores del siglo XX en lengua francesa.