(1924)
E. Hemingway (1899-1961)
En las últimas horas de una tarde calurosa lo llevaron a la azotea y desde allí podía dominar toda la ciudad de Padua. Las chimeneas se perfilaban sobre el cielo. La noche tardó poco en llegar y entonces aparecieron los proyectores. Los otros bajaron al balcón, llevándose las botellas. Hasta donde estaban Luz y él llegaba el bullicio. Luz se sentó en la cama. Estaba fresca y lozana en la noche cálida.
Luz cumplió el servicio nocturno durante tres meses y todos estaban contentos. Ella lo preparó para la operación, y aquel día le dijo en tono de broma: «Si no se porta bien le pondré un enema». Después vino el anestésico y él no pudo decir disparates en aquel difícil momento. Cuando empezó a utilizar las muletas solía tomar las temperaturas para que Luz no tuviera que levantarse de la cama. Había pocos pacientes y todos estaban enterados. Todos querían a Luz. Mientras regresaba por los pasillos pensó en Luz, acostada en su cama.
Antes de que él volviera al frente, los dos fueron a rezar al Duomo. Estaba oscuro y en silencio, y había otras personas orando. Querían casarse, pero no había tiempo suficiente para las amonestaciones y ninguno de los dos tenía la partida de nacimiento. Vivían, en realidad, como marido y mujer, pero deseaban que todos lo supieran para no correr el riesgo de perder esa condición.
Luz le escribió muchas cartas que él recibió después del armisticio. Un día le llegaron quince cartas juntas al frente, y las leyó de cabo a rabo después de clasificarlas por fechas. Le hablaba del hospital y de cuánto le quería. Le decía que le era imposible vivir sin él y que lo echaba de menos de un modo horrible por la noche.
Después del armisticio acordaron que él volviera a su país para conseguir un empleo que le permitiera casarse. Luz no regresaría hasta que él tuviera un buen trabajo, y entonces se encontrarían en Nueva York. No iba a beber más, por supuesto, y no necesitaría ver a sus amigos ni a nadie en los Estados Unidos. Solamente obtener el empleo y casarse. En el tren que los condujo de Padua a Milán tuvieron una disputa porque la mujer no estaba dispuesta a volver en seguida. Se despidieron con un beso, en la estación de Milán, pero el altercado no había concluido. Para él fue muy desagradable decirse adiós de esta forma.
Él volvió a América en un barco que zarpó de Génova. Luz regresó a Pordonone, donde se inauguraba un nuevo hospital. El lugar era solitario y lluvioso, y en la ciudad se hallaba acuartelado un batallón de arditi. Aquel invierno de tanta lluvia y barro, el comandante del batallón hizo el amor con Luz. Era la primera vez que ella conocía a un italiano. Por fin escribió a los Estados Unidos diciendo que lo suyo solamente había sido una chiquillada. Que lo sentía y que se daba cuenta de que probablemente él no podría comprenderlo, pero que quizá algún día la perdonase y le agradeciera aquello, y que esperaba casarse en la primavera siguiente. Que seguía queriéndole, pero que ahora comprendía que lo suyo solamente había sido una cosa de chicos. Que confiaba en que se abriese camino en la vida y que tenía plena confianza en él. Que estaba segura de que así era mejor para los dos.
El comandante no se casó con ella ni en la primavera siguiente ni nunca. Luz no llegó a recibir respuesta a la carta que envió a Chicago. Poco tiempo después él contrajo una gonorrea por culpa de una vendedora de la sección de pasamanería de un almacén, con quien hizo el amor en un taxi paseando por Lincoln Park.