El secreto está en los detalles
Puedo contar un cuento que dure varias semanas. El secreto está en los detalles: los que cuentas, los que omites. Quiero decir, por ejemplo, que si no describes qué tiempo hace o cómo van vestidos los personajes, puedes ahorrarte la mitad del cuento.
Gaiman: Los hijos de Anansi (2005) |
Cuando un personaje de novela se dedica a contar historias, no es difícil encontrar perlas metaliterarias sobre el arte de la narración.
Anansi, originario de la tradición oral de la cultura Ashanti, es el Prometeo de las historias, aunque con final feliz: él es quien trae los relatos del mundo de los dioses al mundo de los hombres y pasa a convertirse en el dueño de todos los cuentos. Por eso sabe, mejor que nadie, los trucos de la narración. Y Neil Gaiman no pudo evitar poner en labios de su personaje ―de su versión del personaje mitológico― su reflexión propia.
Como señala Anansi, una de las diferencias entre el cuento y la novela ―aunque no la única― es, precisamente, qué detalles se van a introducir en el relato y cuáles no. Y en función de esta selección, el relato tendrá mayor o menor extensión narrativa y tardaremos más o menos tiempo en leerlo.
Ahora bien, hay distintos motivos por los que un escritor puede decidir introducir u omitir ciertos detalles. En el ejemplo de Anansi, la descripción es uno de los contenidos digresivos de la narración; es decir, es un contenido que enriquece el relato pero, en realidad, no aporta nada al argumento. Se describe porque así el lector puede visualizar el espacio o a los personajes y seguir mejor la historia, pero si se omite la descripción, no pasa nada.
Lo mismo ocurre con otros contenidos digresivos, como la acción interna, la opinión del narrador o las escenas de caracterización del personaje: no son parte constitutiva de argumento, por lo que pueden omitirse del relato sin que éste deje de resultar interesante. Todo depende del tipo de relato y lo que el lector espera de él.
Sin embargo, hay pocos relatos en los que, si se narra el argumento pelado y mondado, sigan siendo interesantes. De ahí la importancia de la selección de detalles a introducir en el relato; de cuáles se van a narrar y cuáles no. Es más: esta selección puede hacer que el relato resulte interesante por una cosa o por otra. Por ejemplo, si a un argumento costumbrista se le carga de caracterización de personajes o acción interna, puede dejar de ser costumbrista para convertirse en relato psicológico.
Otra cosa es que se pretenda un relato de cierto género. En ese caso, el escritor debe saber qué contenidos digresivos son los propios del género ya que, en muchas ocasiones, lo que consigue el efecto que el lector espera del relato no es el argumento en sí mismo, sino la sensación que introducen las digresiones. Por ejemplo, en un relato de terror, la descripción y la acción interna son muy importantes para crear ese efecto, pues por muy aterrador que sea el argumento, si la narración es impasible, el lector no sentirá emoción y quedará defraudado por el relato. Y lo mismo pasa con el género de aventuras o el thriller: si no hay digresiones que refuercen la tensión en la narración o si las escenas con más potencial emocional no son narradas ampliamente, el relato no provocará el efecto que busca el lector.
Y luego están los géneros y los efectos en los que los detalles omitidos son argumentales. En estos casos hay que tener cuidado, porque cuando se omiten detalles argumentales pueden surgir incoherencias en el relato. ¿Cómo evitarlo? Pues precisamente usando los contenidos digresivos para paliar la incoherencia a pesar de la omisión y, para ello, hay que seleccionarlos bien y desarrollar lo justo, sin excederse ni quedarse cortos.
Por eso, esta perla metaliteraria de Anansi es tan acertada. En ella, el dueño de las historias no sólo resume de la extensión ―«ahorrarte la mitad del cuento»― y señala la diferencia entre el género largo y el breve ―«un cuento que dure varias semanas»―, sino que subraya la importancia de la selección de información narrativa ―«El secreto está en los detalles»― y, aunque de forma muy sutil e implícita, da la clave de cómo tratarla en el relato ―«los que cuentas; los que omites.». Existe tan amplia variedad de relatos que, a partir de esta clave, ya es labor de cada escritor aplicar este secreto a cada una de sus narraciones.